domingo, 1 de julio de 2018

Domingo XIII del T. O.- B


DOMINGO XIII DEL T. ORDINARIO – B

TE ENSALZARÉ, SEÑOR, PORQUE ME HAS LIBRADO

Por M ª Adelina Climent Corté  O.P.


                    Celebramos y ensalzamos al DIOS de LA VIDA, al Señor que embellece todo lo creado con su luz esplendorosa llenándolo todo de inmortal claridad. Porque su Reino es VIDA. Con su Espíritu, dador de Vida, renueva todo lo creado, llenándolo de amor, bondad y esperanza, de gozosa eternidad. Y, le aclamamos y bendecimos, en esta Eucaristía dominical, cantando con júbilo y agradecimiento el salmo 29.

                    Este salmo, de la época anterior al exílio, es un canto de acción de gracias, individual, a Yahveh, con una ferviente invitación a su alabanza, pues, siempre otorga favores y bienes al que con fe le implora. Generosidad, que redunda también, en su propia gloria, como así lo cree el fiel yahvista, que se reconoce salvado por Él del gran apuro que tanto le atormentaba o de la enfermedad grave, que sin remedio padecía

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

                    Y, a dar gracias a su Santo Nombre, alabándole con gozosa música, es a lo que invita el salmista, al reconocer, que siempre es admirable  su comportamiento con los que, estando en gran peligro le buscan humildemente. Y, además, tan sublime es su bondad, que su enfado con los que le ofenden dura muy poco, es insignificante, y, en cambio, su misericordia y compasión duran siempre, por toda la vida. También, es tanta su ternura y tan conmovedor su consuelo, que, consigue aliviar con rapidez la tristeza y el sufrimiento de los atribulados, haciendo brotar, en sus rostros, la sonrisa  y el júbilo

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto,
por la mañana el júbilo.

                    Más, el orante insiste de nuevo, pidiendo a Yahveh, su auxilio y salvación,  y, como buscando, también, su plena seguridad, en el que, por su  misericordia y bondad, lo llena todo de esperanza, ya que, se ha sentido liberado de los enemigos que le acosaban o de la muerte que le amenazaba. Prometiendo a su Dios darle siempre y en todo momento gracias sin fin, la gloria que por su generosidad tiene merecida

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas,
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

                    Ocurre siempre así. Nuestro Dios, nos conduce por el camino del bien y de la vida. Lo afirma también, la primera lectura bíblica de La Eucaristía, tomada del libro de La Sabiduría: La muerte no viene de Dios porque El es fuente de bien y de Vida: “DIOS NO HIZO LA MUERTE, NI SE RECREA EN LA DESTRUCCIÖN DE LOS VIVIENTES. Si por la envidia del diablo, entró la muerte en el mundo “LA JUSTICIA DE DIOS ES INMORTAL”,  lo llena todo  de  esperanza y salvación.

                    Más aún, Jesús venció la muerte crucificado en La Cruz, para  hacernos  inmortales por su entrega y Amor, dándonos La Vida Nueva del Reino. Vivió entre los hombres haciendo el bien, sanando y dando vida y consuelo. Y, porque la fe da La Vida y la acrecienta, Jesús, en el Evangelio, nos lo asegura resucitando a la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, después de pedirle este, de rodillas, que se estaba muriendo. Ya muerta la niña, Jesús dijo al padre: “NO TEMAS BASTA QUE TENGAS FE” y después, cogiendo a la niña de la mano le dijo: “CONTIGO HABLO, NIÑA, LEVÁNTATE”.

                    También, cuando se dirigía a casa de Jairo, acompañado de una muchedumbre de gente,  se le acercó una mujer que padecía mucho tiempo flujo de sangre, pensando  que con solo tocarle se curaría, Jesús le dijo: “HIJA TU FE TE HA CURADO, VETE EN PAZ Y CON SALUD”.

                    Y, ahora, Jesús, también sigue saliendo por nuestros caminos cotidianos dándonos seguridad y Vida, sobre todo a los que tenemos fe en aquel a quien ÉL llama Padre. Y, más aún, todos nosotros con la fe que nos infunde el Espíritu Santo, podemos sanar y aliviar muchas situaciones dolorosas y dificultosas, no dejando que los signos de destrucción y de muerte, los odios y el pecado, acompañen el caminar de nuestro mundo.


                    Sembremos, pues, ilusión y esperanza, vida y amor por doquier, para que, pronto, para nosotros y para todos los hombres, sea realidad LA TIERRA NUEVA Y EL CIELO NUEVO, QUE TANTO ANHELAMOS.

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