sábado, 24 de junio de 2017

Domingo XII del T.O.-A


DOMINGO XII DEL T. ORDINARIO - A

QUE ME  ESCUCHE TU GRAN BONDAD, SEÑOR


Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

                    Si somos de Dios porque nos ha creado, si le pertenecemos porque siempre nos ama, nos escucha, y quiere lo mejor para nosotros, podemos decir con seguridad, que Dios vive en solidaridad con cada uno de los seres  humanos, ya que, en todos los momentos de nuestra existencia, en los buenos y en los malos, pero, sobre  todo, en  los malos, nunca nos abandona, sino todo lo contrario: en toda ocasión nos acompaña con su amor y compasión y quiere nuestra salvación y felicidad.

                    Y, es tanta la predilección  de Dios por cada uno de los hombres, y  lo que se goza en querernos y ayudarnos, que, agradecidos a su bondad, nos disponemos a cantar y hacer nuestra la alegría de su salvación, con el salmo 68.

                    El poema, que fue escrito en la época del exilio y que tiene estructura de “lamemtación individual”, narra el sufrimiento de un justo que se siente pecador ante su Dios, y que, a la vez, es acosado, perseguido y amenazado cruelmente, por el hecho de intentar ser siempre fiel a Yahveh, buscando el camino que le conduce a Él:


Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos.
un extranjero para los hijos de mi madre,
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

                    Pero, por muy doloroso y cruel,  que,  para el salmista, es, experimentar el silencio de Dios orando en su presencia y, aunque, son  grandes e insolentes las acechanzas y afrentas que padece en todo momento por parte de sus enemigos; aún así, es mucho mayor y más  consistente, la confianza que tiene depositada en la liberación y salvación de Yahveh, su Dios, del que, con gratitud, puede cantar, alabar y bendecir siempre, su bondad y su gran fidelidad:                                     
:                          
                                                Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión vuélvete hacia mí.

                    Y, con la gozosa experiencia que  tiene el salmista, al haber sido defendido, liberado y salvado, por la generosa compasión y  misericordia de Yahveh, el Dios que nunca deja de asistir a los pobres y necesitados, y a todos los que con fe y amor le invocan, invita, con gozo, al universo entero, para que, se una a la plegaria de alabanza festiva, de bendición y de acción de gracias, que se hace en su honor:

Miradlo los humildes y alegraos,
buscad al Señor y vivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y a tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

                    Pero, si alguien ha sido perseguido y calumniado como justo, y por haber hecho siempre la voluntad de Dios Padre con obediencia y amor, hasta el extremo de entregar voluntariamente su propia vida por sus enemigos, y, por la salvación de todos los hombres, es Jesucristo el Hijo unigénito de Dios Padre.

                    Salvándonos con su amor entregado, Jesucristo, encarna y representa la gran solidaridad de Dios con los hombres, manifestada a través de las grandes “alianzas” que ha querido establecer con la humanidad durante la historia de la salvación, pero, sobre todo, mediante la alianza definitiva que ha inaugurado en su Hijo Jesucristo. De esta manera, Dios, ha querido estar siempre con los hombres, saber y decirse, con gozo, que le pertenecemos, que somos suyos, y, asumir con gusto, la responsabilidad de habernos creado libres y autónomos.


                    Y, esta auténtica realidad nos ha de llevar a intensificar, más de lo que cabe, nuestra confianza en Él y, a saber, encomendarle nuestra causa, ya que, se goza, en reconocerse Padre de todos. Y, también, nos conducirá a no tener MIEDO A LOS QUE MATAN EL CUERPO, PERO NO PUEDEN MATAR EL ALMA.  Ni a ponernos de parte de Dios ante los hombres, porque, de esta manera, ÉL, SIEMPRE ESTARÁ ANTE LOS HOMBRES DE NUESTRA PARTE, y nos bendecirá en todo momento con su paz y su bondad.

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