DOMINGO XII DEL T. ORDINARIO - A
QUE ME ESCUCHE TU GRAN BONDAD, SEÑOR
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Si somos de Dios porque nos ha creado, si le
pertenecemos porque siempre nos ama, nos escucha, y quiere lo mejor para nosotros,
podemos decir con seguridad, que Dios vive en solidaridad con cada uno de los
seres humanos, ya que, en todos los
momentos de nuestra existencia, en los buenos y en los malos, pero, sobre todo, en
los malos, nunca nos abandona, sino todo lo contrario: en toda ocasión
nos acompaña con su amor y compasión y quiere nuestra salvación y felicidad.
Y, es tanta la
predilección de Dios por cada uno de
los hombres, y lo que se goza en
querernos y ayudarnos, que, agradecidos a su bondad, nos disponemos a cantar y
hacer nuestra la alegría de su salvación, con el salmo 68.
El poema, que fue escrito
en la época del exilio y que tiene estructura de “lamemtación individual”,
narra el sufrimiento de un justo que se siente pecador ante su Dios, y que, a
la vez, es acosado, perseguido y amenazado cruelmente, por el hecho de intentar
ser siempre fiel a Yahveh, buscando el camino que le conduce a Él:
Por
ti he aguantado afrentas,
la
vergüenza cubrió mi rostro.
Soy
un extraño para mis hermanos.
un
extranjero para los hijos de mi madre,
porque
me devora el celo de tu templo,
y
las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Pero, por muy doloroso y cruel, que,
para el salmista, es, experimentar el silencio de Dios orando en su
presencia y, aunque, son grandes e
insolentes las acechanzas y afrentas que padece en todo momento por parte de
sus enemigos; aún así, es mucho mayor y más
consistente, la confianza que tiene depositada en la liberación y
salvación de Yahveh, su Dios, del que, con gratitud, puede cantar, alabar y
bendecir siempre, su bondad y su gran fidelidad:
:
Pero mi oración se
dirige a ti,
Dios
mío, el día de tu favor;
que
me escuche tu gran bondad,
que
tu fidelidad me ayude.
Respóndeme,
Señor, con la bondad de tu gracia;
por
tu gran compasión vuélvete hacia mí.
Y, con la gozosa experiencia que tiene el salmista, al haber sido defendido,
liberado y salvado, por la generosa compasión y misericordia de Yahveh, el Dios que nunca deja de asistir a los
pobres y necesitados, y a todos los que con fe y amor le invocan, invita, con
gozo, al universo entero, para que, se una a la plegaria de alabanza festiva,
de bendición y de acción de gracias, que se hace en su honor:
Miradlo
los humildes y alegraos,
buscad
al Señor y vivirá vuestro corazón.
Que
el Señor escucha a sus pobres,
no
desprecia a sus cautivos.
Alábenlo
el cielo y a tierra,
las
aguas y cuanto bulle en ellas.
Pero, si alguien ha sido
perseguido y calumniado como justo, y por haber hecho siempre la voluntad de
Dios Padre con obediencia y amor, hasta el extremo de entregar voluntariamente
su propia vida por sus enemigos, y, por la salvación de todos los hombres, es
Jesucristo el Hijo unigénito de Dios Padre.
Salvándonos con su amor
entregado, Jesucristo, encarna y representa la gran solidaridad de Dios con los
hombres, manifestada a través de las grandes “alianzas” que ha querido
establecer con la humanidad durante la historia de la salvación, pero, sobre
todo, mediante la alianza definitiva que ha inaugurado en su Hijo Jesucristo.
De esta manera, Dios, ha querido estar siempre con los hombres, saber y
decirse, con gozo, que le pertenecemos, que somos suyos, y, asumir con gusto,
la responsabilidad de habernos creado libres y autónomos.
Y, esta auténtica realidad
nos ha de llevar a intensificar, más de lo que cabe, nuestra confianza en Él y,
a saber, encomendarle nuestra causa, ya que, se goza, en reconocerse Padre de
todos. Y, también, nos conducirá a no tener MIEDO A LOS QUE MATAN EL CUERPO,
PERO NO PUEDEN MATAR EL ALMA. Ni a
ponernos de parte de Dios ante los hombres, porque, de esta manera, ÉL, SIEMPRE
ESTARÁ ANTE LOS HOMBRES DE NUESTRA PARTE, y nos bendecirá en todo momento con
su paz y su bondad.
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