viernes, 16 de junio de 2017

Corpus Cristi


SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - A

GLORIFICA AL SEÑOR, JERUSALÉN

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Glorificar, alabar, bendecir a Dios, en LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO JESÚS, expresión de la gran misericordia que ha tenido para con nosotros, es lo que hace La Iglesia y todos los cristianos, en esta festividad tan gratificante y conmovedora, en la que, Jesús, se nos manifiesta en la sublime realidad  de SU CUERPO Y SANGRE, presente en el Pan y el Vino, que recibimos en La Eucaristía, como alimento para nuestra vida cristiana,  y en la que, permanece para siempre con nosotros,  en comunión de vida y de amor. ¡Gran Misterio de nuestra fe, este sacramento de la entrega amorosa del Señor Jesús y Memorial de su muerte y resurrección, que hoy adoramos  y glorificamos, con agradecimiento y reverencia, sobre el altar, y que, también, acompañamos silenciosamente en procesión, por nuestras calles, alfombradas y engalanadas de fiesta y color!

                    La gratitud a Dios Padre, por el gran don de su Hijo, Cristo Jesús, la cantamos en La Eucaristía de esta festiva solemnidad de SU CUERPO Y SANGRE, con el salmo 147. Es un himno de alabanza a Yahveh, el Dios siempre fiel y leal a La Alianza que pactó con su pueblo Israel,  en el que ha realizado obras maravillosas, como son, la reconstrucción de Jerusalén, la Ciudad Santa, y la restauración del culto, acontecimiento de sumo gozo para todo israelita:

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión,
que ha reforzado los cerrojos de sus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

                    Efectivamente, Yahveh, el Dios de La Alianza, se ha desbordado en dones para con su pueblo, escogido como heredad;  pero, sobre todo y de manera más notoria y visible, se ha derramado sobre La Ciudad Santa de Jerusalén, la capital que aglutina al pueblo como nación, y, en la que, todo israelita, se puede beneficiar de los dones  con los que ha sido obsequiada y enriquecida por Yahveh, como son:  la seguridad, la unidad y la paz, valores todos, que llevan consigo riqueza y bienestar, y que son, anuncio de bendición salvadora por parte del Señor:

Ha puesta paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina;
él envía su mensaje a la tierra
y su palabra corre veloz.

                    Este “himno de Sión” sigue pregonando y cantando las maravillas que, Dios, ha hecho en ella  al distinguirla, haciéndola depositaria de la ley y las promesas; y, este privilegio tan grande, que le ha otorgado el mismo Yahveh, despierta en todo  Israel,  motivos grandes de alabanza, de gozo, y de gratitud:

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así
ni les dio a conocer sus mandatos.

                    Y, si, Israel glorificó  a Yahveh, porque le alimentó con flor de harina cuando tuvo hambre, en su caminar por el desierto; y, si pudo, también, glorificarlo por la reconstrucción del culto; nosotros, los cristianos, hemos de glorificar y alabar a Dios, de manera más gozosa y plena,  si cabe, porque, como nunca hasta ahora en la historia, se nos había manifestado y revelado en su propio Hijo, Jesucristo y Señor Nuestro, que, con su RESURRECCIÓN TRIUNFANTE Y GLORIOSA, ha restaurado y salvado a toda la humanidad.

                      Esta SALVACIÓN DE CRISTO JESÚS, simbolizada en el SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA, en su CUERPO Y SANGRE, los creyentes la hacemos nuestra, al recibirla como manjar compartido, ya que, todos comemos del mismo Pan y bebemos del mismo Vino, alimento que, nos nutre y nos une a Cristo Jesús, formando un solo Cuerpo del que, ÉL ES LA CABEZA, y en el que vivimos su misma vida de comunión con el Padre y con todos los fieles, a los que Cristo nos ha hecho hermanos suyos y entre sí.


                    También, LA EUCARISTÍA, nos da fuerza y ánimo para poder testimoniar, con nuestro vivir y obrar evangélicos, LA SALVACIÓN QUE NOS VIENE DE CRISTO JESÚS, y, esto, ha de comprometernos en un proyecto común de solidaridad, que logre conseguir más justicia y paz para todos, mayor igualdad y fraternidad entre los países y entre las diferentes religiones, y más prosperidad para todos, porque, si de verdad compartimos EL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR, necesariamente ha de llevarnos a compartir, también, el pan de cada día con los más pobres y necesitados, que son los más amados del Señor.

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