SANTÍSIMO
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - A
GLORIFICA AL SEÑOR, JERUSALÉN
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Glorificar, alabar,
bendecir a Dios, en LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO JESÚS,
expresión de la gran misericordia que ha tenido para con nosotros, es lo que
hace La Iglesia y todos los cristianos, en esta festividad tan gratificante y
conmovedora, en la que, Jesús, se nos manifiesta en la sublime realidad de SU CUERPO Y SANGRE, presente en el Pan y
el Vino, que recibimos en La Eucaristía, como alimento para nuestra vida
cristiana, y en la que, permanece para
siempre con nosotros, en comunión de
vida y de amor. ¡Gran Misterio de nuestra fe, este sacramento de la entrega
amorosa del Señor Jesús y Memorial de su muerte y resurrección, que hoy
adoramos y glorificamos, con
agradecimiento y reverencia, sobre el altar, y que, también, acompañamos
silenciosamente en procesión, por nuestras calles, alfombradas y engalanadas de
fiesta y color!
La gratitud a Dios Padre,
por el gran don de su Hijo, Cristo Jesús, la cantamos en La Eucaristía de esta
festiva solemnidad de SU CUERPO Y SANGRE, con el salmo 147. Es un himno de
alabanza a Yahveh, el Dios siempre fiel y leal a La Alianza que pactó con su
pueblo Israel, en el que ha realizado
obras maravillosas, como son, la reconstrucción de Jerusalén, la Ciudad Santa,
y la restauración del culto, acontecimiento de sumo gozo para todo israelita:
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión,
que ha reforzado los cerrojos de sus
puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de
ti.
Efectivamente, Yahveh, el
Dios de La Alianza, se ha desbordado en dones para con su pueblo, escogido como
heredad; pero, sobre todo y de manera
más notoria y visible, se ha derramado sobre La Ciudad Santa de Jerusalén, la
capital que aglutina al pueblo como nación, y, en la que, todo israelita, se
puede beneficiar de los dones con los
que ha sido obsequiada y enriquecida por Yahveh, como son: la seguridad, la unidad y la paz, valores
todos, que llevan consigo riqueza y bienestar, y que son, anuncio de bendición
salvadora por parte del Señor:
Ha puesta paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina;
él envía su mensaje a la tierra
y su palabra corre veloz.
Este “himno de Sión” sigue
pregonando y cantando las maravillas que, Dios, ha hecho en ella al distinguirla, haciéndola depositaria de
la ley y las promesas; y, este privilegio tan grande, que le ha otorgado el
mismo Yahveh, despierta en todo
Israel, motivos grandes de
alabanza, de gozo, y de gratitud:
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así
ni les dio a conocer sus mandatos.
Y, si, Israel
glorificó a Yahveh, porque le alimentó
con flor de harina cuando tuvo hambre, en su caminar por el desierto; y, si
pudo, también, glorificarlo por la reconstrucción del culto; nosotros, los
cristianos, hemos de glorificar y alabar a Dios, de manera más gozosa y plena, si cabe, porque, como nunca hasta ahora en
la historia, se nos había manifestado y revelado en su propio Hijo, Jesucristo
y Señor Nuestro, que, con su RESURRECCIÓN TRIUNFANTE Y GLORIOSA, ha restaurado
y salvado a toda la humanidad.
Esta SALVACIÓN DE CRISTO
JESÚS, simbolizada en el SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA, en su CUERPO Y SANGRE,
los creyentes la hacemos nuestra, al recibirla como manjar compartido, ya que,
todos comemos del mismo Pan y bebemos del mismo Vino, alimento que, nos nutre y
nos une a Cristo Jesús, formando un solo Cuerpo del que, ÉL ES LA CABEZA, y en
el que vivimos su misma vida de comunión con el Padre y con todos los fieles, a
los que Cristo nos ha hecho hermanos suyos y entre sí.
También, LA EUCARISTÍA,
nos da fuerza y ánimo para poder testimoniar, con nuestro vivir y obrar
evangélicos, LA SALVACIÓN QUE NOS VIENE DE CRISTO JESÚS, y, esto, ha de
comprometernos en un proyecto común de solidaridad, que logre conseguir más
justicia y paz para todos, mayor igualdad y fraternidad entre los países y
entre las diferentes religiones, y más prosperidad para todos, porque, si de
verdad compartimos EL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR, necesariamente ha de
llevarnos a compartir, también, el pan de cada día con los más pobres y
necesitados, que son los más amados del Señor.
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