LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
EL SEÑOR
REINA,
ALTÍSIMO SOBRE TODA LA TIERRA
Por Mª
Adelina Climent Cortés O P.
Alabemos al Dios Altísimo, que se nos
manifiesta en todo su esplendor. Al Dios,
que tanto nos supera y sobrecoge y que, estando muy por encima de nosotros, sus
criaturas, con gran facilidad se agacha, para acogernos y atraernos hacia sí,
con el fin de estrecharnos con ternura y amor.
A este Dios, tan excelso y sublime, pero tan
amable y cercano, festejamos y contemplamos hoy, en el esplendor de su gloria y
majestad, cantando el salmo 96. De los
tiempos del posexílio, este salmo, es un canto al Dios Yahveh, un himno a
su gran realeza, que se nos manifiesta
en una espléndida teofanía, capaz de despertar la fe de cuantos le siguen con
amor, y la admiración de todos los
pueblos
De este Dios, tan sublime y encumbrado, se
regocija la tierra entera, transformada en
trono real desde el que, Yahveh, ejerce su gran poder y santidad, su
justicia y derecho, como desbordamiento de su presencia, es decir, de todo
su ser, por lo que, es reconocido y exaltado por la misma creación, obra amorosa de sus manos:
El Señor
reina, la tierra goza;
se
alegran las islas innumerables.
Tiniebla
y nube lo rodean.
Justicia
y Derecho sostienen su trono.
Los signos de esta teofanía indican que Yahveh,
el Dios de Israel, homenajeado por las naciones, aclamado jubilosamente por la
creación entera, se manifiesta en toda su trascendencia, como Señor y Rey del
universo, y con el fin de ser aceptado, creído y alabado:
Los
montes se derriten como cera
ante el
dueño de toda la tierra.
Los
cielos pregonan su justicia
y todos
los pueblos contemplan su gloria.
Por lo que, Yahveh, el Dios de Israel, no es un
Dios cualquiera, no es como los demás dioses, pues, su gloria lo cubre y lo
invade todo; su soberanía es inmensa, y su
mirada firme y penetrante, de
tal manera, que nadie se le puede comparar, por lo que, ante Él, han de postrarse todos los demás
dioses:
Porque
tú eres, Señor,
altísimo
sobre toda la tierra,
encumbrado
sobre todos los dioses
Más, esta GLORIA del Señor Altísimo, del Dios
encumbrado de Israel, se nos manifiesta
hoy, en toda su riqueza y esplendor, en
LA PERSONA DE JESUCRISTO SOBRE EL MONTE TABOR, rodeado de una teofanía; pues,
mientras oraba, SE TRANSFIGURÓ delante de Pedro, Santiago y Juan, de manera que SU ROSTRO RESPLANDECIÓ COMO EL SOL
Y SUS VESTIDOS SE VOLVIERON BLANCOS COMO LA LUZ.
Y “una voz desde la nube decía: ESTE ES MI
HIJO, EL AMADO, MI PREDILECYO, ESCUCHADLO”, pasando a ser plena realidad, de
esta manera, la profecía de Daniel: “Yo vi, en una visión nocturna, venir una
especie de hombre entre las nubes del cielo. A él se le dio poder, honor y
reino. Y todos los pueblos, naciones y
lenguas
le servirán”.
Alabemos y contemplemos, pues, con asombro y
verdadera adoración, a este Jesús, nuestro salvador y maestro, manifestado,
hoy, como verdadero Dios y hombre. Escuchémosle con atención, como desea el
Padre, pues, solo Él tiene “palabras de vida eterna”. Celebremos su santo
Nombre, todos nosotros, los cristianos, ya que, de manera tan espléndida y
excelsa, se nos ha testimoniado su grandeza.
Asimilemos su palabra, pues sólo escuchándola y
practicándola, podremos hacer nuestro su mismo camino de CRUZ y de GLORIA, de muerte y resurrección, hasta
quedarnos transfigurados en su misma
gloria, y con nosotros, la creación entera, pues, solo así, su reinado no tendrá fin.
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