LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
DE PIE A TU DERECHA ESTÁ LA
REINA,
ENJOYADA CON ORO
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
¡Alegrémonos! ¡HOY MARÍA HA SUBIDO AL CIELO
COMO REINA Y MADRE! Y su glorificación
abre un camino de optimismo y esperanza a toda la humanidad. ¡Alegrémonos!
Porque es día de fiesta grande, ya que
celebramos LA VICTORIA DEL RESUCITADO, CRISTO JESÚS; la de su MADRE, LA VIRGEN
MARÍA, fruto y primicia de la redención; y también, la fiesta de todos nosotros, los cristianos y la de todos los
hombres, destinados a gozar, como María Virgen, de la misma plenitud y gloria.
La Iglesia, en la liturgia eucarística, ora a MARÍA REINA DEL CIELO Y DE
TODO LO CREADO, con el salmo 44, considerado como un “salmo real”. Este salmo,
en forma de “cántico nupcial”, relata las bodas del hijo del rey con una
princesa extranjera. Y se aplica, a
María Virgen, el entusiasmo, la admiración y los deseos que el cantar dice de
la novia, vestida de banco y adornada con preciosas joyas:
Escucha, hija, mira: inclina el
oído,
olvida tu pueblo y la casa
paterna.
Prendado está el Rey de tu
belleza,
póstrate ante él, que él es tu
Señor.
Las traen entre alegría y
algazara,
van entrando en el palacio real.
Rezando a María con este salmo, se nos invita a recordar y reconocer los
títulos que la acreditan y engalanan como Reina, Señora y Madre de todos los
vivientes:
El de MADRE DE DIOS, por su entrega y disponibilidad en acoger y gestar
al Verbo divino, Jesucristo el Señor: “Hágase en mí según tu palabra”
Privilegio divino, que supo compartir con su amor y ayuda a los demás. Es su
prima Isabel la que, reconociéndolo, la alaba y ensalza: “¿Quién soy yo para
que me visite la madre de mi Señor?” Y, a continuación: “Dichosa tú que has
creído”.
Es REINA MARÍA, también, por su
humildad y pequeñez, ya que pudo exclamar: “Mi alma glorifica al Señor, y mi
espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su
sierva”
También, la grandeza de María es debida, al haber sido declarada por
Jesús, en la cruz, MADRE DE LA IGLESIA Y DE TODOS LOS HOMBRES, cuando
dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, refiriéndose a Juan, y al discípulo: ahí tienes a tu Madre. Y,
desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya”.
Ahora, en la gloria del cielo, participa de la victoria y cercanía de su
Hijo Jesús, el Resucitado, compartiendo con Él su excelsitud y señorío: “se
estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad
de su Cristo”. Así, Jesús y su Madre
María, autores de Salvación universal, han podido hacer realidad y de manera plena
las promesas hechas por Dios, desde
siempre, a la humanidad.
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