DOMINGO XIX DEL T. ORDINARIO
DICHOSO EL PUEBLO A QUIEN DIOS ESCOGIÓ
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Las lecturas bíblicas de este domingo nos invitan a que nos fijemos en cómo tenemos que vivir
mientras esperamos la llegada definitiva del Señor; pensando, además, cómo tenemos que hacer realidad en nuestras
vidas, el plan de salvación que Dios tiene pensado para cada uno de nosotros y
que es fruto, siempre, de su misericordia y de su amor. Realidades,
estas, muy bien expresadas en el salmo que hoy meditamos y cantamos:
El salmo 32 es un himno, que
canta la acción creadora, providente y misericordiosa de Yahveh, sobre lo creado y sobre La Historia. Y que, el
Señor, todo lo realiza con la fuerza
potente y eficaz de su Palabra. Su
teología es sapienzal.
La belleza del salmo ayuda a realzar la sabiduría de la lectura anterior
(Sb 18, 6-9) en la que Yahveh salva a
su pueblo de la esclavitud de Egipto y quiere que, por estas acciones
liberadoras, le alaben y amen los que intentan ser justos y rectos, todos los
que buscan ser buenos. Y pretende, al
mismo tiempo, que el pueblo se sienta feliz de tener un Dios que siempre salva,
con su misericordia y bondad, y que, en todo momento protege y bendice a los
suyos, a los que se sienten dichosos de pertenecer a su heredad:
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos;
dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
Los que esperan y confían en su
justicia y en su misericordia, todos
los que sienten la dicha de tener un
Dios tan cercano y bondadoso, que
les escucha y hasta dialoga con
ellos; saben por experiencia, que, el mismo Dios se complace al mirarlos y que,
lo hace amorosamente, para estar atento en los momentos de mayor peligro y
fatiga, con el fin de aliviarles en el sufrimiento:
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Si Dios es nuestro auxilio y el motivo de nuestra esperanza y confianza;
con Él lo tenemos todo y nada nos puede faltar. Y, esta seguridad
y paz de Dios ha de movernos a
desear, por nuestra parte, darle
gracias en todo momento, siendo para él, como una continua alabanza de su gloria
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Seguimos cantando con el salmo y desde la hondura de nuestro corazón los
designios de su misericordia con los que, Dios, nos quiere acompañar
todos los días de nuestra vida. Estamos llamados a la salvación eterna, por parte de Dios en Jesucristo, el que nos
va conduciendo con la fuerza de su amor y la firmeza de su verdad. Nos recuerda en el Evangelio:
DONDE ESTÁ VUESTRO TESORO, ALLÍ ESTARÁ TAMBIÉN VUESTRO CORAZÓN
Pues, lo que se nos exige más que nada,
es estar EN ESTADO DE ALERTA Y
VIGILANCIA; siempre preparados,
pensando cómo hemos de vivir y
actuar para ir haciendo realidad las exigencias de Dios, que son las que
comporta nuestra propia salvación; y que se reducen a seguir a Cristo Jesús,
intentando vivir su misma vida de fe y de confianza con el Padre Dios: viviendo para ayudar a los
demás a que puedan hacer lo mismo, ya que a todos se nos exige, por ser hijos
amados de Dios.
Así, nuestra vida de cristianos auténticos, se ha de desarrollar dentro
de una buena ejemplaridad, apoyados y sostenidos con la fuerza y energía da La Eucaristía, el Cuerpo y La Sangre del Señor. Alimento
sublime que nos ayudará, en esta sencilla, pero difícil tarea, de la espera del
Señor, en la que se hará visible su Salvación, llenándolo todo de su gloria.
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