DOMINGO XIII DEL T. ORDINARIO - C
EL SEÑOR ES MI LOTE Y MI HEREDAD
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Jesús inicia un camino en fidelidad y
obediencia al Padre, mediante un amor entregado y servicial a los hombres, sus
hermanos. Camino que le conducirá hasta su muerte y resurrección. Y, Cristo
Jesús, nos invita a hacer ese mismo camino en su seguimiento, a vivir su misma
vocación de generosidad y entrega a la obra salvadora de Dios, con la que se
verificará la implantación de su Reinado, de justicia y de paz, para toda la
humanidad.
Seguir a Jesús, viviendo su
misma vida de amor y de donación, es tarea difícil, comprometida, y comporta
valor y riesgo. Así lo fue, también, para el profeta Eliseo, cuando tuvo que dejarlo
todo para seguir a Elías, el profeta. Pero, el desprendimiento, siempre es
fuente de gozo y de felicidad, para el que quiere poner únicamente en Dios su
mirada y todo su amor, viviendo solo para Él, hasta poseerlo como el único bien
de su vida y de su alma.
El salmo 15, canta la
vocación de quien tiene su mirada puesta únicamente en Dios, porque, en
seguirle sólo a él, encuentra su plenitud y felicidad:
Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti,
yo
digo al Señor: “Tú eres mi bien”.
El
Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi
suerte está en su mano.
Este poema, uno de los más preciosos del salterio, pertenece al grupo de
los salmos de “confianza individual”. El salmista, encuentra en Yahveh, en su
amor y cercanía, la fuerza y seguridad para afrontar todo lo demás. Así, su
gozo es, sentirse llamado al fiel cumplimiento de su Alianza, y su único bien,
el más preciado de todos, es, poder bendecirle, ensalzarlo y alabarlo por toda
la vida:
Bendeciré
al Seño que me aconseja,
hasta
de noche me instruye internamente.
Tengo
siempre presente al Señor,
con
él a mi derecha no vacilaré.
La confianza que tiene el
salmista en Yahveh, llena su propio ser de alegría y de júbilo, pues, ya nada
podrá separarlo del gozo de poseerle, y de hacer de su vida, una esperanzada y
gozosa entrega de oración y de alabanza:
Por
eso se me alegra el corazón,
se
gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
porque
no me entregarás a la muerte,
ni
dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
La cercanía en el seguimiento del Señor Yahveh,
instruye al orante en los aconteceres de la vida. Su alegría no perecerá, sino
que será eterna, como una participación gloriosa en la fiesta de la eternidad
celestial.
Me
enseñarás el sendero de la vida,
me
saciarás de gozo en tu presencia,
de
alegría perpetua a tu derecha.
Y, nada más grande y digno para un cristiano,
que sentirse llamado por Cristo Jesús a participar de su misión redentora y salvadora,
encomendada por el Padre, y sentirse, como el mismo Jesús, “ungido del Señor”,
destinado a testimoniar, con su vida, la grandeza y magnitud de su gloria.
Contamos, además, con la
fuerza de la comida eucarística de Jesús; con el alimento de su cuerpo y de su
sangre entregados y compartidos. Manjar, que es fuerza y energía, que nos
acompaña en su seguimiento y nos conduce a vivirlo con radicalidad y hasta con
heroísmo, si es preciso, como nos lo indica Jesús en el evangelio:
-“EL QUE ECHA MANO AL ARADO Y SIGUE MIRANDO ATRÁS,
NO VALE PARA EL REINO DE DIOS”
Es también, La Eucaristía,
dulzura y consuelo que, nos anima y descansa, en las dificultades y que, nos
hace ya pregustar las delicias del banquete eterno, del Reino de los cielos,
que, el Padre, nos tiene preparado, para quienes, con generosidad, seguimos a
Jesús con el testimonio y la entrega de nuestras vidas.
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