MIÉRCOLES DE
CENIZA
MISERICORDIA, SEÑOR, HEMOS PECADO
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
Dios nos pide un corazón auténtico y verdadero
capaz de amar con la fuerza de la fe, como fruto de una sincera conversión, y
de una adhesión firme al Evangelio. Es el Dios, que se nos manifiesta al mismo
tiempo, compasivo y misericordioso; y, el Dios, que siempre está de nuestra
parte. Aceptar esta doble realidad, ES VIVIR YA EN TIEMPO DE GRACIA Y
SALVACIÓN, EN SINTONÍA PASCUAL.
Pero, de hecho, todos delinquimos y, hasta, algunas veces,
cometemos pecados graves que nos pesan y agobian en extremo... El orante del
Salmo 50 experimenta este dolor en lo
hondo de su ser y, humildemente se acoge a Yahveh, su Dios, como único asidero, ya que, reconoce su infinita misericordia y su gran
bondad:
Misericordia, Dios mío, por tu
bondad,
por
tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
La oración y el sincero arrepentimiento
aseguran al fiel israelita, que, Yahveh, ha de sentirse feliz al otorgarle el
perdón que pide con tanta fuerza: “POR TU MISERICORDIA, SEÑOR...”
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra tí, contra ti solo pequé.
Y, el orante,
en su continua reflexión ante Dios, va
transformando su pena en gratitud al sentirse ya salvado y amado, aunque, sigue
clamando a Dios: “Por tu misericordia, Señor”, con la seguridad de que, Él,
llevará la obra de sanación, hasta su
perfección:
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu
firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Es que, el
salmista, se mueve desde UNA
CONVERSIÖN SALVÍFICA Y PASCUAL, acogiendo el perdón de Dios, y, también,
deseando que el Señor transforme su
ser, creando en él, un corazón nuevo y un espíritu firme, para poder contemplar su rostro y serle grato en todo. Acciones
maravillosas estas, que, el orante, quiere proclamar en voz alta, para que
puedan ser conocidas por otros, y, por las que quiere bendecir a Dios:
Devuélveme la alegría de tu
salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios
y mi boca proclamará tu alabanza.
Esta misericordia de Dios, se nos ha manifestado más, si cabe, en su
Hijo Cristo Jesús, que es para nosotros, para todos los hombres, la
misericordia encarnada y entrañable del Padre;
el que, con su entrega y
sacrificio en La Cruz, se ha convertido
en AUTOR DE VIDA Y SALVACIÓN, al perdonar nuestros pecados y reconciliarnos con
Dios; haciendo posible, con su Resurrección Gloriosa, la nueva creación, los
tiempos nuevos en que vivimos. Y, Cristo Jesús, es, también, el que pasó toda su vida terrena, acogiendo a los
pecadores, curando sus heridas, liberando sus espíritus, e integrándolos en la
sociedad, ya que, se consideraba feliz sabiéndose enviado a sanar los corazones
afligidos, curando, y salvando todo lo perdido.
En el Evangelio nos recomienda: “Cuidad
de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial”
Porque, somos nosotros ahora,
los que siguiendo el ejemplo de Jesús, hemos de hacer realidad otros caminos
propicios, que liberen a la humanidad del egoísmo y del desamor: trazando
sendas de paz que puedan anular las venganzas y los odios; caminos de
reconciliación entre las diversas culturas y civilizaciones; caminos de
alegría, amor y fraternidad... Sendas, todas ellas, propias de los tiempos de
Pascua, que son los tiempos DE GRACIA Y
SALVACIÓN.
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