miércoles, 10 de febrero de 2016

Miércoles de Ceniza

MIÉRCOLES DE CENIZA




MISERICORDIA, SEÑOR, HEMOS PECADO

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

        
                    Dios nos pide un corazón auténtico y verdadero capaz de amar con la fuerza de la fe, como fruto de una sincera conversión, y de una adhesión firme al Evangelio. Es el Dios, que se nos manifiesta al mismo tiempo, compasivo y misericordioso; y, el Dios, que siempre está de nuestra parte. Aceptar esta doble realidad, ES VIVIR YA EN TIEMPO DE GRACIA Y SALVACIÓN, EN SINTONÍA PASCUAL.
 
                    Pero, de hecho,  todos delinquimos y, hasta, algunas veces, cometemos pecados graves que nos pesan y agobian en extremo... El orante del Salmo 50  experimenta este dolor en lo hondo de su ser y, humildemente se acoge a Yahveh, su Dios, como  único asidero, ya que,  reconoce su infinita misericordia y su gran bondad:

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por  tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

                 La oración  y el sincero arrepentimiento aseguran al fiel israelita, que, Yahveh, ha de sentirse feliz al otorgarle el perdón que pide con tanta fuerza: “POR TU MISERICORDIA, SEÑOR...”

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra tí, contra ti solo pequé.

                   Y, el orante, en  su continua reflexión ante Dios, va transformando su pena en gratitud al sentirse ya salvado y amado, aunque, sigue clamando a Dios: “Por tu misericordia, Señor”, con la seguridad de que, Él, llevará la  obra de sanación, hasta su perfección:

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

                      Es que, el  salmista,  se mueve desde UNA CONVERSIÖN SALVÍFICA Y PASCUAL, acogiendo el perdón de Dios, y, también, deseando que el Señor transforme  su ser, creando en él, un corazón nuevo y un espíritu firme,  para poder contemplar  su rostro y serle grato en todo. Acciones maravillosas estas, que, el orante, quiere proclamar en voz alta, para que puedan ser conocidas por otros, y, por las que quiere bendecir a Dios:

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios
y mi boca proclamará tu alabanza.
                             

                   Esta misericordia de Dios, se nos ha manifestado más, si cabe, en su Hijo Cristo Jesús, que es para nosotros, para todos los hombres, la misericordia encarnada y entrañable del Padre;  el que, con su entrega  y sacrificio en La Cruz,  se ha convertido en AUTOR DE VIDA Y SALVACIÓN, al perdonar nuestros pecados y reconciliarnos con Dios; haciendo posible, con su Resurrección Gloriosa, la nueva creación, los tiempos nuevos en que vivimos. Y, Cristo Jesús, es, también, el que pasó  toda su vida terrena, acogiendo a los pecadores, curando sus heridas, liberando sus espíritus, e integrándolos en la sociedad, ya que, se consideraba feliz sabiéndose enviado a sanar los corazones afligidos, curando, y salvando todo lo perdido.

                   En el Evangelio nos recomienda: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial”  

                   Porque, somos nosotros ahora, los que siguiendo el ejemplo de Jesús, hemos de hacer realidad otros caminos propicios, que liberen a la humanidad del egoísmo y del desamor: trazando sendas de paz que puedan anular las venganzas y los odios; caminos de reconciliación entre las diversas culturas y civilizaciones; caminos de alegría, amor y fraternidad... Sendas, todas ellas, propias de los tiempos de Pascua, que son los  tiempos DE GRACIA Y SALVACIÓN.





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