DOMINGO I DE
CUARESMA - C
ACOMPÁÑAME,
SEÑOR, EN LA TRIBULACIÓN
Por Mª Adelina Climent
Cortés O. P.
Toda nuestra vida ha de estar protegida
por Dios y acompañada por su amor, y, solo así. se puede vivir y avanzar
confiados y alegres en su presencia, por los senderos del bien y evitando lo malo que pueda sobrevenir, sobre
todo, dentro de nosotros mismos.
Esta confianza en Dios queda muy bien
expresada en el salmo 90, oración que hacemos nuestra y con la que nos
dirigimos a Dios Padre, llenos de agradecimiento, en esta eucaristía dominical.
El poema, como los nueve salmos que le
siguen, se cantaba, como oración de alabanza, por los que estaban dedicados a
la plegaria y a la atención de los peregrinos que se incorporaban al Templo,
siendo reconstruido después del exilio. Comienza con una invitación a la
alabanza desde una rendida confianza en el que, por ser siempre fiel a sus promesas,
nunca rompe La Alianza con su pueblo:
El orante comienza invocándole con los cuatro nombres que eran oficialmente
reconocidos:
Tú que habitas
al amparo del Altísimo,
que vives a la
sombra del Omnipotente,
di al Señor:
“Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío,
confío en tí”.
El salmista, desde una fe profunda y
vigorosa, sigue confesando que, su vida y la de todos los fieles, se hallan
seguras bajo la protección del Dios, Yahveh, y, también, de los ángeles, sus
mensajeros, que siempre les acompañan por los senderos del bien y les liberan de todo peligro y acechanza:
No se te
acercará la desgracia,
ni la plaga
llegará hasta tu tienda,
porque a sus
ángeles ha dado órdenes
para que te guarden
en tus caminos.
Te llevarán en
sus palmas,
para que tu pie
no tropiece en la piedra;
caminarás sobre
áspides y víboras,
pisotearás
leones y dragones.
Yahveh, ahora, es el que pronuncia un oráculo
divino de salvación, y se compromete, personalmente, a premiar al que, en la
aflicción y tribulación, siempre ha puesto y pone su confianza en Él, en su
Santo Nombre. Y, lo que el yahvista le pide con tanta fe es: cobijo, seguridad
sin límites y la recompensa de una felicidad gloriosa:
Se puso junto a
mí: lo libraré;
lo protegeré
porque conoce mi nombre,
me invocará y
lo escucharé.
Con él estaré
en la tribulación,
lo defenderé,
lo glorificaré.
También, Jesús, pudo confiar en Dios su Padre,
acudiendo a Él en los momentos de prueba y
cuando fue presa del tentador, del que salió vencedor:
“Está mandado: NO TENTARÁS AL SEÑOR TU DIOS”
El demonio se marchó hasta otra ocasión”
Pero,
sobre todo, consiguió plenamente su victoria
salvadora, cuando después de su muerte en la cruz, por amor; el Padre lo
resucitó y lo glorificó. Y, desde entonces, el triunfo de Cristo Jesús es el nuestro, el de toda la humanidad.
Es verdad que seguiremos teniendo pruebas
durante toda nuestra vida terrena, pero, podemos tener la seguridad de
que, Cristo será el sostén y la fuerza
para vencerlas, y que, las victorias obtenidas con su ayuda, irán acrecentando
el premio de gloria prometido por Dios a todos los que, con Cristo, somos hijos
suyos y nos acogemos a Él.
Por lo tanto, nuestra vida, ya desde ahora,
ha de ser victoriosa y ha de parecerlo: “Os he dado potestad para pisotear
serpientes y escorpiones” y “NADA OS HARÁ DAÑO” Por lo que, todo nuestro
ser y vivir ha de estar impregnado de esperanza viva y de alegría salvador,
testimoniando ante el mundo, el gozo que alcanzaremos junto a Dios en su
gloria.
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