viernes, 12 de febrero de 2016

Domingo I de Cuaresma- C


DOMINGO I DE CUARESMA - C
  

ACOMPÁÑAME, SEÑOR, EN LA TRIBULACIÓN

                                            Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P.

    
                          Toda nuestra vida ha de estar protegida por Dios y acompañada por su amor, y, solo así. se puede vivir y avanzar confiados y alegres en su presencia, por los senderos del bien y  evitando lo malo que pueda sobrevenir, sobre todo, dentro de nosotros mismos.

                          Esta confianza en Dios queda muy bien expresada en el salmo 90, oración que hacemos nuestra y con la que nos dirigimos a Dios Padre, llenos de agradecimiento, en esta eucaristía dominical.

                         El poema, como los nueve salmos que le siguen, se cantaba, como oración de alabanza, por los que estaban dedicados a la plegaria y a la atención de los peregrinos que se incorporaban al Templo, siendo reconstruido después del exilio. Comienza con una invitación a la alabanza desde una rendida confianza en el que, por ser siempre fiel a sus promesas, nunca rompe  La Alianza con su pueblo: El orante comienza invocándole con los cuatro nombres que eran oficialmente reconocidos:
                                        
Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: “Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en tí”.
 
                        El salmista, desde una fe profunda y vigorosa, sigue confesando que, su vida y la de todos los fieles, se hallan seguras bajo la protección del Dios, Yahveh, y, también, de los ángeles, sus mensajeros, que siempre les acompañan por los senderos del bien y  les liberan de todo peligro y acechanza:

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.

Te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

                      Yahveh, ahora, es el que pronuncia un oráculo divino de salvación, y se compromete, personalmente,  a premiar  al que, en la aflicción y tribulación, siempre ha puesto y pone su confianza en Él, en su Santo Nombre. Y, lo que el yahvista le pide con tanta fe es: cobijo, seguridad sin límites y la recompensa de una felicidad gloriosa:

Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré.

                           
                      También, Jesús, pudo confiar en Dios su Padre, acudiendo a Él en los momentos de prueba y  cuando fue presa del tentador, del que salió vencedor:

                     “Está mandado: NO TENTARÁS AL SEÑOR TU DIOS” El demonio se marchó hasta otra ocasión”

                      Pero, sobre todo, consiguió plenamente su victoria  salvadora, cuando después de su muerte en la cruz, por amor; el Padre lo resucitó y lo glorificó. Y, desde entonces, el triunfo  de Cristo Jesús es el  nuestro, el de toda la humanidad.

                      Es verdad que seguiremos teniendo pruebas durante toda nuestra vida terrena, pero, podemos tener la seguridad de que,  Cristo será el sostén y la fuerza para vencerlas, y que, las victorias obtenidas con su ayuda, irán acrecentando el premio de gloria prometido por Dios a todos los que, con Cristo, somos hijos suyos y nos acogemos a Él.

                      Por lo tanto, nuestra vida, ya desde ahora, ha de ser victoriosa y ha de parecerlo: “Os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones” y “NADA OS HARÁ DAÑO”  Por lo que, todo  nuestro ser y vivir ha de estar impregnado de esperanza viva y de alegría salvador, testimoniando ante el mundo, el gozo que alcanzaremos junto a Dios en su gloria.

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