DOMINGO V DEL T. ORDINARIO - C
DELANTE DE LOS ÁNGELES TAÑERÉ PATA TI, SEÑOR
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P
.
El Señor,
nuestro Dios, en su obra salvadora, es digno de alabanza y de sincero reconocimiento; y, donde mejor le
podemos alabar y darle gracias, es en la
eucarística dominical, Con el
rezo meditativo del salmo 137,
aclamando su gloria y santidad, como ya lo hicieron los ángeles en la visión
que tuvo Isaías, cuando fue llamado por el Señor para profetizar:
“Y vi
serafines de pie junto a Él. Y se gritaban uno a otro diciendo:-¡SANTO, SANTO,
SANTO, el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria!
Estamos ante
un salmo de “acción de gracias colectivo”, de los tiempos del posexílio.
Es un canto de reconocimiento a Yahveh
como Rey y Señor, por su obra creadora y salvadora. Y, en concreto, esta
oración sálmica, tan llena de agradecimiento, es por haber liberado a Israel,
su pueblo elegido, de la esclavitud que vivía en el destierro de Babilonia. El
israelita, llevado de una profunda fe, y, en nombre de la asamblea reunida,
comienza su plegaria, postrándose hacia el santuario, donde reside el trono de su gloria y majestad,
rodeado de la corte de sus ángeles:
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.
Daré gracias a tu nombre
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
A partir de aquí, el salmista universaliza su oración, invitando
a que tomen parte los dioses y reyes de todos los pueblos, para cantar y
aclamar la conducta de Yahveh, siempre fiel a los que, al igual que Israel, le
buscan con humildad, y para que,
escuchando su oráculo, puedan contemplar su trascendencia y santidad y dar a conocer su gran poder salvador:
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
Después de haber
reflexionado sobre la obra salvadora de Yahveh, que no tiene límites porque lo
alcanza todo, el salmista puede decirse así mismo: si el Señor en todo momento
ha sido fiel a su promesa conmigo, seguro, que también la llevará a feliz término, y exclama
agradecido:
Extiendes tu brazo y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
En el momento actual, reconocemos, en Cristo Jesús, la santidad de
Dios Padre, lo que le es más propio y configura su misma esencia. Santidad que,
a la vez, desea proyectar sobre sus seguidores, los que nos llamamos cristianos
y queremos serlo de verdad: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo”.
Y ser santo equivale a vivir como hijos de Dios y hermanos de todos en Jesús,
que es lo mismo que, vivir para el Reino
y en el Reino, para el amor y desde el amor.
Pero, además, Jesús, como
hizo con los apóstoles, nos invita a ser
anunciadores del reino y testigos de la santidad de Dios, como lo fue Él
también; es decir, predicando el evangelio, La Buena Nueva, a todos los
pueblos, con el fin de completar su misión en este mundo: la obra salvadora y
santificadora del Padre.
“Jesús dijo a Simón, que,
asombrado ante la pesca milagrosa, se sentía un pecador: - “NO TEMAS: DESDE
AHORA, SERÁS PESCADOR DE HOMBRES. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo
todo, lo siguieron”.
Misión sublime, esta, de lograr ser santos y de predicar el Reino
de Dios, pero, a la vez difícil,
costosa y, hasta imposible realizarla por nosotros mismos, ya que, nos
sentimos pecadores, débiles y limitados; pero, en la misma llamada que
recibimos, la fuerza y el amor de Dios nos purifican, nos fortalecen y nos
llenan de valentía; nos hacen
anunciadores y testigos, motivo éste,
para dar en todo momento gracias a Dios diciéndole: “Delante de los ángeles
tañeré para ti, Señor”.
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