viernes, 26 de febrero de 2016

Domingo III de Cuaresma- C


DOMINGO III DE CUARESMA - C

EL SEÑOR ES CLEMENTE Y MISERICORDIOSO

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Bendecimos al Señor después de haber sido bendecidos por Él, que, en toda ocasión es clemente y misericordioso; y, también, porque de  Él procede el perdón por el que vivimos y con el que podemos serle agradecidos. Y, lo hacemos, con el salmo 102, pidiéndole, además, una sincera  conversión para seguir con fidelidad su sendero, que es  el camino de La Alianza.

                    El salmo, en forma de  himno, canta la compasión y la misericordia de Yahveh,  que, en todo momento, se comporta con el hombre de manera amable y bondadosa, lleno de ternura paternal.  Mas, es tanta su cercanía y amistad  cuando acoge a sus fieles, que les llena de seguridad y salvación. Esto es lo que experimenta el salmista, que sumamente agradecido le alaba y bendice: 

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

                    Además, Yahveh, a diferencia del hombre, nunca rompe La Alianza pactada con éste;  sabe comprenderle  y no se enfada de sus  infidelidades;  conoce hasta el fondo todos sus males, desamores y enfermedades, y, a pesar de todo le ama como un padre ama a su hijo,  al que libra de toda muerte y le colma de cariño y felicidad:

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.

                    También, el salmista recuerda el amor y la misericordia de Yahveh con su pueblo elegido, y cómo lo sacó de la opresión y esclavitud que vivía en Egipto, hasta conducirlo a la tierra prometida preparada para él:

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus  hazañas a los hijos de Israel.

                    Conmueve la definición que el salmista hace de Yahveh, ya que, es tan acertada y buena, que no podía haberla hecho  mejor. Son palabras que brotan de un corazón repleto de fe y henchido de amor hacia el que siempre perdona, restaura y salva: 

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles.


                    La manera de ser de Dios, su grandeza y generosidad,  su bondad al amarnos sin medida, sin tener en cuenta nuestras faltas y delitos; obliga a los creyentes a corresponderle con adhesión y amor, deseando ser como a Él le agrada, lo que solo se  consigue  desde una sincera conversión.

                     A esta conversión, nos llama  también  Jesús, igual que invitó a la gente que le seguía, cuando iba por los pueblos y aldeas de Galilea predicando el Reino de Dios y su justicia: “SI NO OS CONVERTÍS TODOS PERECERÉIS”. Con lo que pretendía  estimularnos, invitarnos a dar frutos de verdadera conversión, imitando la manera de actuar de Dios;  y así nos decía: “Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo”

Y los frutos de conversión, que sólo podremos dar viviendo  el seguimiento de Jesús son, sobre todo, el amor y la reconciliación con nosotros mismos y con los demás hermanos los hombres. Reconciliación, que también nos traerá la paz y la concordia entre los pueblos y las naciones y la posesión de la vida eterna.


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