sábado, 19 de diciembre de 2015

Domingo IV de Adviento-C


DOMINGO IV DE ADVIENTO - C


OH DIOS, RESTÁURANOS,
QUE BRILLE TU ROSTRO Y NOS SALVE

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.



                  YA ESTÁ CERCA LA VENIDA DE JESÚS, EL HIJO DE DIOS. Se nos invita a esperarle como lo esperó La Virgen María, con amor maternal,  con gozo y exultación... Del  corazón de toda la humanidad tendría que brotar una oración esperanzada y un ardiente deseo: ¡VEN, SEÑOR JESÚS!

                  La celebración litúrgica de este domingo, cuarto de adviento, ensalza  al  Dios que siempre nos ama entrañablemente y que, en todo momento cumple sus promesas de salvación, con el salmo 79. Es un poema de “lamentación y de súplica comunitaria”, en el que, los israelitas  piden a Yahveh que, como  PASTOR DE ISRAEL, que guía, protege y cuida de su pueblo, les salve de la nueva invasión enemiga que sufren, ya que tiene poder para hacerlo desde cielo, donde mora como Rey, con su potencia y majestad:

Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos.

               El salmista, que esta vez se dirige a Yahveh pidiéndole su salvación, con el  título guerrero “Dios de los ejércitos” de tanto significado para Israel; le invoca, ahora, como Labrador, y le ruega que visite su viña, su propiedad tan querida desde siempre,  y  la proteja de los enemigos  y salteadores que la cercan y asedian constantemente, con el fin de que su obra no quede abandonada  ni destruida, sino que pueda dar los frutos oportunos:

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.
      
                  Sigue el diálogo con Yahveh, que el salmista  convierte en una oración confiada y comprensiva.  Su ardiente fe le dice que,  si en nombre del pueblo, la comunidad pide la protección del Señor, es decir, su salvación, Israel ha de saber corresponderle con  fidelidad, con lealtad y, también, con agradecimiento:
        
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste,
no nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
   
                    Ahora, en estos tiempos de plenitud,  LA IGLESIA, ES LA VIÑA  DEL SEÑOR, y CRISTO JESÚS, EL LABRADOR,  que la cultiva y cuida con esmero, y EL PASTOR que la protege contra los adversarios y la guía hasta el Reino. En ella, nuestro Padre Dios, ha realizado la más maravillosa de sus promesas. Ha venido a visitarnos en su muy amado Hijo, Cristo Jesús, el que nos ha redimido con su amor paciente y generoso, llenando el mundo de su bondad y de su paz, hasta hacerlo todo nuevo con su espíritu

                   Y, gozando de esta “NUEVA VIDA” inaugurada por Cristo Jesús, contemplemos hoy a María, Madre suya y nuestra, de todos los vivientes, en actitud de espera gozosa y de acogida incondicional.

                   Y deseemos, con su misma disposición, y su misma capacidad de asombro y recogimiento, que también Jesús, nuestro Salvador, nazca en cada uno de los que con fe y asombro le esperamos con gozo, de manera que, viviendo en comunión con él, logremos despertar en los que aún no le esperan, deseos de conocerle  y amarle.


                    Entonces, sí será  posible, que brille la luz de su rostro sobre toda la humanidad, en la que se revelará  plenamente su Reino y el de Dios, cuando aparezca, en su última y definitiva visita, en plena gloria y majestad.

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