DOMINGO XIII DEL T. ORDINARIO – B
TE ENSALZARÉ, SEÑOR, PORQUE ME HAS LIBRADO
Por M ª
Adelina Climent Corté O.P.
Celebramos y ensalzamos al Dios de la VIDA, al
Señor que embellece todo lo creado con su luz esplendorosa llenándolo todo de
inmortal claridad. Porque su Reino es VIDA. Con su Espíritu, dador de Vida,
renueva todo lo creado, llenándolo de amor, bondad y esperanza, de gozosa eternidad.
Y, le aclamamos y bendecimos, en esta Eucaristía dominical, cantando con júbilo
y agradecimiento el salmo 29.
Este salmo, de la época anterior al exílio, es un
canto de acción de gracias, individual, a Yahveh, con una ferviente invitación
a su alabanza, pues, siempre otorga favores y bienes al que con fe le implora. Generosidad,
que redunda también, en su propia gloria, como así lo cree el fiel yahvista, que
se reconoce salvado por Él del gran apuro que ferozmente le atormentaba o de la
enfermedad grave, que sin remedio padecía
Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has
dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor,
sacaste mi vida del abismo,
me
hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Y, a dar
gracias a su Santo Nombre, alabándole con gozosa música, es a lo que invita el
salmista, al reconocer, que siempre es sublime su comportamiento con los que, estando en gran peligro le buscan
humildemente. Y, además, tan sublime es su bondad, que su enfado con los
culpables dura muy poco, es insignificante, y, en cambio, su misericordia y
compasión duran siempre, por toda la vida. También, es tanta su ternura y tan
conmovedor su consuelo, que, consigue aliviar con rapidez la tristeza y el
sufrimiento de los que lloran, haciendo
brotar, en sus rostros, la sonrisa y el
júbilo
Tañed
para el Señor, fieles suyos,
dad
gracias a su nombre santo;
su cólera
dura un instante,
su
bondad, de por vida;
al
atardecer nos visita el llanto,
por la
mañana el júbilo.
Más, el orante insiste de nuevo, pidiendo a
Yahveh, su auxilio y salvación, y, como
buscando, también, una plena seguridad, en el que, por su misericordia y bondad, lo llena todo de
esperanza, ya que, se ha sentido liberado de los enemigos que le acosaban o de
la muerte que le amenazaba. Prometiendo a su Dios darle siempre y en todo
momento gracias sin fin, la gloria que por su generosidad tiene merecida
Escucha,
Señor, y ten piedad de mí;
Señor,
socórreme.
Cambiaste
mi luto en danzas,
Señor,
Dios mío, te daré gracias por siempre.
Ocurre siempre así. Nuestro Dios, nos conduce
por el camino del bien y de la Vida. Lo afirma también, la primera lectura
bíblica de la Eucaristía, tomada del libro de la Sabiduría: La muerte no viene
de Dios porque El es fuente de bien y de Vida: “DIOS NO HIZO LA MUERTE, NI SE
RECREA EN LA DESTRUCCIÖN DE LOS VIVIENTES Si por la envidia del diablo, entró la muerte en el mundo” LA
JUSTICIA DE DIOS ES INMORTAL, lo llena todo
de esperanza y salvación.
Más aún, Jesús venció la muerte crucificado en
la Cruz, para hacernos inmortales por su entrega y Amor, dándonos la
Vida Nueva del Reino. Vivió entre los hombres haciendo el bien, sanando y dando
vida y consuelo. Y, porque la fe da la Vida y la acrecienta, Jesús en el
Evangelio nos lo asegura resucitando a la Hija de Jairo, el jefe de la sinagoga,
después de pedirle este, de rodillas, que se estaba muriendo. Ya muerta la niña,
Jesús dijo al padre: “NO TEMAS BASTA QUE TENGAS FE” y después, cogiendo a la
niña de la mano le dijo: “CONTIGO HABLO, NIÑA, LEVÁNTATE”.
También,
cuando se dirigía a casa de Jairo, acompañado de una muchedumbre de gente, se le acercó una mujer que padecía mucho
tiempo flujo de sangre, pensando que
con solo tocarle se curaría, Jesús le dijo: “HIJA TU FE TE HA CURADO, VETE EN PAZ
Y CON SALUD”.
Y, ahora, Jesús, también sigue saliendo por
nuestros caminos cotidianos dándonos seguridad y Vida, sobre todo a los que
tenemos fe en aquel a quien ÉL llama Padre. Y, más aún, todos nosotros con la fe
que nos infunde el Espíritu Santo, podemos sanar y aliviar muchas situaciones dolorosas
y dificultosas, no dejando que los signos de destrucción y de muerte, los odios
y el pecado, acompañen el caminar de nuestro mundo.
Sembremos, pues, ilusión y esperanza, vida y
amor por doquier, para que, pronto, para nosotros y para todos los hombres, sea
realidad LA TIERRA NUEVA Y EL CIELO NUEVO QUE, TANTO ANHELAMOS.
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