sábado, 20 de junio de 2015

Domingo XII del Tiempo Ordinario- B


DOMINGO XII DEL T. ORDINARIO - B


DAD GRACIAS AL SEÑOR,
PORQUE ES ETERNA SU MISERICORDIA

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Con gozo y agradecimiento, celebramos y alabamos a Dios, origen y sostén de todo lo creado, como dueño y soberano único del mundo, Señor de la naturaleza y de todas las cosas. A este, nuestro Dios, que se nos da a conocer en sus obras, siempre salvadoras, y que, de manera tan amorosa se nos hace presente y camina entre nosotros, cantamos el salmo 106, un himno de acción de gracias y de alabanza,  que sabe recoger la alegría jubilosa de Israel al sentirse liberado y protegido por la bondad y fidelidad de su Dios, Yahveh, en los momentos mas difíciles y hostiles de su Historia. Los indicios del salmo apuntan al período posterior al exílio de Babilonia.

                    Si en  la totalidad del salmo aparece la acción benéfica y salvadora de Dios, en diferentes situaciones de la historia de Israel, en los versos que hoy meditamos y contemplamos, el salmista, en una liturgia comunitaria canta, desde una fe viva y agradecida, el gozo de saberse rescatados y liberados por la fuerza amorosa del Dios, Yahveh, a la vez que invita, a su reconocimiento y alabanza:

(Los hijos de Israel) entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.

                    Sabiendo que, históricamente, Israel no ha sido un pueblo dado a la navegación,  el salmista, evocando una “teofanía”, manifestación de la presencia y del poder de Dios,  pretende ensalzar la divinidad de Yahveh, que, con su poder, salva siempre a los que confían y se acogen a su misericordia, narrando una historia en la que, los marinos van a la deriva, para demostrar así, que solo Dios es el único que puede poner límites a la arrogancia del mar: “Hasta aquí llegarás y no pasarás” (Job, 38): 

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mare

                    Los versos que siguen pueden ser, asomo y adelanto de lo que hizo Cristo Jesús,  ante el temor y la súplica de sus discípulos, durante la recia tormenta que amenazaba hundir la barca en la que pescaban, provocando el miedo y el terror en los  que navegaban con el Maestro; por lo que “JESÚS SE PUSO EN PIE, INCREPÓ AL VIENTO Y DIJO AL LAGO: SILENCIO CÁLLATE”. (Mc 4, 35-40)

Pero gritaron al Señor en su angustia
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.

                    Ante la grandeza y soberanía del Dios, Yahveh,  se canta, de manera  jubilosa y agradecida el poder de su misericordia, que en toda ocasión libera a Israel, hasta conducirle amorosamente al puerto seguro de la salvación

Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

                    También, Jesús, Palabra creadora del Padre, al acallar, con su eficacia, el viento huracanado del mar, sé, autorrevela en su divinidad, mostrando en él la misma fuerza benéfica y liberadora de Dios: - ¿PERO QUIÉN ES ÉSTE? ¡HASTA EL VIENTO Y LAS AGUAS LE OBEDECEN!

                    Y, de la misma manera que Cristo Jesús vivió, en su persona, el paso de la muerte a la vida en su pasión y resurrección, su pascua salvadora, de la que puede ser signo revelador toda tormenta huracanada, pues nos hace pasar del miedo y el pavor que produce, a la calma del gozo y la bonanza que da seguridad y felicidad, es decir salvación; también, para nosotros, ha de ser saludable vivir y experimentar la inmensa alegría que produce nuestra sincera conversión de  corazón, que nos hace pasar de la tristeza y esclavitud del pecado, al gozo  liberador del perdón y del amor de Dios.


                    Efectivamente, Cristo Jesús, con su vida y ejemplo, nos enseña a despertar siempre de nuestra insensatez y  letargo, con el fin de avivar nuestra fe y esperanza en la felicidad eterna, inaugurando de esta manera la nueva creación en la que pasamos a ser criaturas nuevas, verdaderos hijos de Dios, llamados a vivir eternamente en su comunión de amor.  

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