DOMINGO XII DEL T. ORDINARIO - B
DAD
GRACIAS AL SEÑOR,
PORQUE
ES ETERNA SU MISERICORDIA
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Con gozo y agradecimiento, celebramos y
alabamos a Dios, origen y sostén de todo lo creado, como dueño y soberano único
del mundo, Señor de la naturaleza y de todas las cosas. A este, nuestro Dios,
que se nos da a conocer en sus obras, siempre salvadoras, y que, de manera tan
amorosa se nos hace presente y camina entre nosotros, cantamos el salmo 106, un
himno de acción de gracias y de alabanza,
que sabe recoger la alegría jubilosa de Israel al sentirse liberado y
protegido por la bondad y fidelidad de su Dios, Yahveh, en los momentos mas
difíciles y hostiles de su Historia. Los indicios del salmo apuntan al período
posterior al exílio de Babilonia.
Si en
la totalidad del salmo aparece la acción benéfica y salvadora de Dios,
en diferentes situaciones de la historia de Israel, en los versos que hoy
meditamos y contemplamos, el salmista, en una liturgia comunitaria canta, desde
una fe viva y agradecida, el gozo de saberse rescatados y liberados por la
fuerza amorosa del Dios, Yahveh, a la vez que invita, a su reconocimiento y
alabanza:
(Los
hijos de Israel) entraron en naves por el mar,
comerciando
por las aguas inmensas.
Contemplaron
las obras de Dios,
sus
maravillas en el océano.
Sabiendo que, históricamente, Israel no ha sido un pueblo dado a la
navegación, el salmista, evocando una
“teofanía”, manifestación de la presencia y del poder de Dios, pretende ensalzar la divinidad de Yahveh,
que, con su poder, salva siempre a los que confían y se acogen a su
misericordia, narrando una historia en la que, los marinos van a la deriva,
para demostrar así, que solo Dios es el único que puede poner límites a la
arrogancia del mar: “Hasta aquí llegarás y no pasarás” (Job, 38):
Él habló
y levantó un viento tormentoso,
que
alzaba las olas a lo alto;
subían
al cielo, bajaban al abismo,
el
estómago revuelto por el mare
Los
versos que siguen pueden ser, asomo y adelanto de lo que hizo Cristo
Jesús, ante el temor y la súplica de
sus discípulos, durante la recia tormenta que amenazaba hundir la barca en la
que pescaban, provocando el miedo y el terror en los que navegaban con el Maestro; por lo que “JESÚS SE PUSO EN PIE, INCREPÓ
AL VIENTO Y DIJO AL LAGO: SILENCIO CÁLLATE”. (Mc 4, 35-40)
Pero
gritaron al Señor en su angustia
y los
arrancó de la tribulación.
Apaciguó
la tormenta en suave brisa,
y
enmudecieron las olas del mar.
Ante la grandeza y soberanía del Dios,
Yahveh, se canta, de manera jubilosa y agradecida el poder de su
misericordia, que en toda ocasión libera a Israel, hasta conducirle
amorosamente al puerto seguro de la salvación
Se
alegraron de aquella bonanza,
y él los
condujo al ansiado puerto.
Den
gracias al Señor por su misericordia,
por las
maravillas que hace con los hombres.
También, Jesús, Palabra creadora del Padre, al
acallar, con su eficacia, el viento huracanado del mar, sé, autorrevela en su
divinidad, mostrando en él la misma fuerza benéfica y liberadora de Dios: -
¿PERO QUIÉN ES ÉSTE? ¡HASTA EL VIENTO Y LAS AGUAS LE OBEDECEN!
Y, de la misma manera que Cristo Jesús vivió,
en su persona, el paso de la muerte a la vida en su pasión y resurrección, su
pascua salvadora, de la que puede ser signo revelador toda tormenta huracanada,
pues nos hace pasar del miedo y el pavor que produce, a la calma del gozo y la
bonanza que da seguridad y felicidad, es decir salvación; también, para
nosotros, ha de ser saludable vivir y experimentar la inmensa alegría que
produce nuestra sincera conversión de
corazón, que nos hace pasar de la tristeza y esclavitud del pecado, al
gozo liberador del perdón y del amor de
Dios.
Efectivamente, Cristo Jesús, con su vida y
ejemplo, nos enseña a despertar siempre de nuestra insensatez y letargo, con el fin de avivar nuestra fe y
esperanza en la felicidad eterna, inaugurando de esta manera la nueva creación
en la que pasamos a ser criaturas nuevas, verdaderos hijos de Dios, llamados a
vivir eternamente en su comunión de amor.
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