sábado, 31 de enero de 2015

Domingo IV - B


DOMINGO  IV  DEL  TIEMPO  ORDINARIO

SEAMOS FIELES A LA ALIANZA CON DIOS

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    “Si Dios se acuerda de su Alianza eternamente”, estamos llamados a ser fieles y leales a este compromiso de amor con Él.

                    La liturgia eucarística de este domingo nos pone a consideración el salmo 94, como una oración de aclamación al Dios de la Alianza, y con una exhortación a corresponderle, con sinceridad, pues nunca falla y su fidelidad lo llena todo.

                    El salmo 94, es de la época posterior al exilio y está compuesto por un himno alegre y festivo a Dios Rey, y de un oráculo divino o una llamada profética, al cumplimiento de la alianza.

                    Los versos escogidos del poema, pertenecen a la parte hímnica, que se cantaba en procesión, hasta la entrada de los fieles en el santuario, para comenzar la alabanza; por lo que, este salmo, pertenece a la “liturgia sabática”:
                 
                    También, estos versos son una llamada a la alabanza jubilosa, con instrumentos de música gozosa  y en acción de gracias al Rey y Señor, más poderoso que todos los dioses y señores de la tierra, y con el fin de que sea reconocida su salvación y aclamada su grandeza, que es más firme y estable que una roca; por lo que, con plena seguridad, se puede confiar y descansar en Él.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos en su presencia dándole gracias,
vitoreándole al son de instrumentos.

                       En la segunda estrofa, el salmista cantor, hace otra invitación a adorar y bendecir a este Dios, creador nuestro y de todo lo que existe, porque, es nuestro Dios y nos guía y protege como no podría hacerlo otro. Y, porque es un Dios único y nos favorece y ama tanto, todos los fieles han de reconocer su soberanía con humildad y sincero afecto.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro,
porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
                
                         Pero, además, esta estima y predilección de Dios por Israel, objeto de sus atenciones, desvelos y consejos, fruto de su gran fidelidad y amor hacia él, su pueblo, ha de ser correspondida por los fieles israelitas, no solo en el culto con alabanzas y postraciones, sino, también, con los actos de una vida en fe sincera y de una conducta seria, regida por un amor leal y verdadero. Así lo indica la segunda parte del salmo, el oráculo divino:

Ojalá escuchéis hoy su voz:
“No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras”.

                     El Salmista, con voz profética, amonesta a los israelitas, a no comportarse de manera desagradecida con Yahveh, como lo hicieron sus antepasados, los que vivieron los episodios del Éxodo y pudieron contemplar las maravillas que realizó; y, que, por lo mismo, no fueron dignos de entrar en la tierra prometida; si no que,  han de vivir abandonados al Dios de la Alianza, que se ha dignado revelarles su nombre, que siempre está con ellos, que les habla, les escucha y les protege en toda ocasión. Y, que,  “hoy”, es el momento propicio para corresponderle en el cumplimiento de la Alianza. Teniendo en cuenta, además, que se trata de un “hoy” que han de escuchar todos los días, y que ha de ser un presente perenne de fidelidad en obediencia a este Dios.

                       Jesús, también se nos presenta a nosotros, los cristianos, como el profeta anunciado por Moisés a Israel. Es el Hijo Amado del Padre, que siempre escucha su voz en obediencia fiel; y el que, por liberarnos y salvarnos de todo mal, se ha convertido en autor de la Nueva Alianza.


                        Es, también, el profeta, que nos dice, no sólo lo que oye del Padre, sino que, Él mismo, nos habla con autoridad; es la PALABRA eterna. Y, por todo esto, Cristo Jesús, es ejemplo de vida para cada uno de nosotros, los que estamos llamados a su seguimiento, y, al que debemos escuchar siempre con lealtad, mientras nos va conduciendo, con firmeza y seguridad, hasta la gloria del  Padre en la Vida Eterna.

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