viernes, 16 de enero de 2015

Domingo II - B


DOMINGO  II  DEL  TIEMPO  ORDINARIO

AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Ofrecerse así mismo a Dios, desde la confianza y el amor, es lo que más le puede agradar, y es, también, el mejor modo de responder, con generosidad, a su salvación.

                    De esta respuesta generosa a Dios, nos habla el salmo 39, de David. Es un salmo mixto, por estar compuesto de un himno de acción de gracias y de una súplica personal. Pertenece a la época próxima al exílio. Los versos escogidos para la liturgia eucarística, pertenecen a la primera parte del poema, en la que, el orante da gracias a Dios por lo mucho que ha recibido de su bondad.

                    Comienza el salmo con una expresión espontánea del salmista, y con un grito de desahogo del corazón, repleto de agradecimiento a Dios, al sentirse salvado de la situación dolorosa que sufría:

Yo esperaba con ansia al Señor;
Él se inclinó y escuchó mi grito:
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.

                    Solo el que busca al Señor con vehemencia y radicalidad, lo percibe inclinándose hacia él, para escucharle, conocer su necesidad y remediarla.

                    Y, también, es el mismo Dios el que despierta en el corazón del orante los sentimientos de agradecimiento, que el salmista expresa con un cántico nuevo, quizá por tratarse de una experiencia de salvación “nueva” para él, y, tan valiosa, que le deja como deslumbrado. Por eso sigue relatando los deseos de complacerle más y mejor:

Tú no quieres sacrificios y ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
No pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: “Aquí estoy
                                 - como está escrito en mi libro -
                 para hacer tu voluntad”.

                    En un acto de extrema generosidad, el salmista ofrece a Dios lo mejor, su propio ser, todo su sentir y querer; es decir,  un comportamiento recto como indica la ley que tiene escrita en su libro y que él ha hecho vida de su corazón, ya que, ha sabido comprender que, esto, agrada a Dios más que un culto sin espíritu y vida; y que las demás cosas que puede darle solo pueden complacerle, si van avaladas  por un leal y fiel comportamiento.

                    Y, porque sabe que, con su entrega personal, responde mejor a la salvación de Dios y de la manera que más le agrada; y, porque sabe, también, que sólo lo podrá llevar a cabo con su ayuda, agradecido, siente necesidad de proclamarlo ante la asamblea:

Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu Salvación
ante la gran asamblea,
No he cerrado los labios,
Señor, tú lo sabes.

                    Con la primera lectura del libro de Samuel, que relata su vocación: “Habla que tu siervo escucha”, y con el evangelio de Juan, en donde los discípulos siguiendo a Jesús: “vieron donde vivía y se quedaron con él”, el salmo 39 es una respuesta sincera y comprometida, a la llamada que nos hace Dios, a su seguimiento y salvación.

                    El ejemplo extraordinario nos lo da Cristo Jesús, con su disponibilidad y valentía ante el sacrificio, cuando, llevado por su inmenso amor y generosa entrega dice al Padre:


“AQUÍ ESTOY PARA HACER TU VOLUNTAD”

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