viernes, 10 de octubre de 2014

Domingo XXVIII- A


DOMINGO   XXVIII   DEL  TIEMPO   ORDINARIO

HABITARÉ EN LA CASA DEL SEÑOR  POR AÑOS SIN TÉRMINO

Por  Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Caminamos hacia los bienes que el Señor nos tiene prometidos desde siempre; y lo hacemos conducidos por la bondad y la misericordia de su amor. Son los bienes que, en un futuro no muy lejano, viviremos en plenitud de gozo y de felicidad sin fin, como, tan hermosamente nos lo describe el profeta Isaías en  su poema, cuando  canta las delicias del festín de un Rey, para celebrar el banquete de bodas  de su Hijo; banquete  al que estamos invitados todos los hombres sin excepción.

                    Al Dios que se goza de anunciarnos una felicidad sin fin para todos, con la imagen de una mesa repleta de vinos deliciosos y manjares suculentos, preparada con amor por Él mismo, para el festín  de las bodas de su Hijo Unigénito con la humanidad, al final de los tiempos; a éste mismo Dios que, también se complace de ser nuestro guía y  pastor, en el camino que nos conduce a la eternidad, le cantamos, agradecidos, el salmo 22.

                    Este bello poema,  también es una hermosa oración, con la que nos dirigirnos al Señor, nuestro Dios, siempre que sentimos necesidad de su ternura y amor. 

El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar:
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

                    Y, si Dios nos regala lo suyo propio, y nos colma con los detalles y cuidados más sublimes de su amor, lo que más ha de alegrarnos  y complacernos, es sabernos seguros en sus manos y sentirnos amados con  predilección:

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

                    Y, porque el amor auténtico es humilde y servicial, Dios nos reúne en su mesa, en la mesa de su amor, que él mismo nos ha preparado y en la que se nos da como manjar exquisito; es la mesa que nos reconforta y nos proporciona el descanso y la paz que necesitamos, hasta rebosar de alegría y felicidad:

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

                    Escuchar al Señor, participar de su mesa y de su alegría durante nuestra vida, y sentirnos guiados por su mano amiga y amorosa, es lo que nos hace desear y pregustar la felicidad perenne y sin fin de la vida futura:

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor,
por años sin término.

                   Por nuestra parte, convocados por Dios a la vida plena de su Reino,  hemos de dejarnos conducir por JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR, EL PASTOR BUENO, que, nos guía y conduce con su amor y con la fuerza de su alimento eucarístico, hacia la nueva Jerusalén, la definitiva, donde ha de darse el festín  de sus bodas con la humanidad entera.

                    Pero, estando todos llamados a participar de la mesa de las bodas eternas del Hijo de Dios, se nos exigirá el  detalle de ir vestidos con el traje nuevo, con el traje de fiesta, el que hemos de ir confeccionando con las buenas obras que practiquemos con los demás y con los valores evangélicos y humanos vividos durante nuestra vida terrena, ya que, sólo así, formaremos parte de los escogidos.

                    Y, ser llamados para una felicidad sin fin durante toda la eternidad, nos ha de llenar de  gozo y entusiasmo; alegría y júbilo, que hemos de saber transmitir a los demás, para que, sean muchos los que acojan la invitación que Dios les hace, a participar plenamente de Él en la comunión de su vida.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario