DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
HABITARÉ EN LA CASA DEL SEÑOR
POR AÑOS SIN TÉRMINO
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Caminamos hacia los bienes
que el Señor nos tiene prometidos desde siempre; y lo hacemos conducidos por la
bondad y la misericordia de su amor. Son los bienes que, en un futuro no muy
lejano, viviremos en plenitud de gozo y de felicidad sin fin, como, tan
hermosamente nos lo describe el profeta Isaías en su poema, cuando canta las delicias del festín de un Rey, para
celebrar el banquete de bodas de su
Hijo; banquete al que estamos invitados
todos los hombres sin excepción.
Al Dios que se goza de
anunciarnos una felicidad sin fin para todos, con la imagen de una mesa repleta
de vinos deliciosos y manjares suculentos, preparada con amor por Él mismo,
para el festín de las bodas de su Hijo
Unigénito con la humanidad, al final de los tiempos; a éste mismo Dios que,
también se complace de ser nuestro guía y
pastor, en el camino que nos conduce a la eternidad, le cantamos, agradecidos,
el salmo 22.
Este bello poema, también es una hermosa oración, con la que
nos dirigirnos al Señor, nuestro Dios, siempre que sentimos necesidad de su
ternura y amor.
El
Señor es mi pastor,
nada
me falta:
en
verdes praderas me hace recostar:
me
conduce hacia fuentes tranquilas
y
repara mis fuerzas.
Y, si Dios nos regala lo
suyo propio, y nos colma con los detalles y cuidados más sublimes de su amor,
lo que más ha de alegrarnos y
complacernos, es sabernos seguros en sus manos y sentirnos amados con predilección:
Me
guía por el sendero justo,
por
el honor de su nombre.
Aunque
camine por cañadas oscuras,
nada
temo, porque tú vas conmigo:
tu
vara y tu cayado me sosiegan.
Y, porque el amor auténtico
es humilde y servicial, Dios nos reúne en su mesa, en la mesa de su amor, que
él mismo nos ha preparado y en la que se nos da como manjar exquisito; es la
mesa que nos reconforta y nos proporciona el descanso y la paz que necesitamos,
hasta rebosar de alegría y felicidad:
Preparas
una mesa ante mí,
enfrente
de mis enemigos;
me
unges la cabeza con perfume,
y
mi copa rebosa.
Escuchar al Señor,
participar de su mesa y de su alegría durante nuestra vida, y sentirnos guiados
por su mano amiga y amorosa, es lo que nos hace desear y pregustar la felicidad
perenne y sin fin de la vida futura:
Tu
bondad y tu misericordia me acompañan
todos
los días de mi vida,
y
habitaré en la casa del Señor,
por
años sin término.
Por nuestra parte, convocados por Dios a la
vida plena de su Reino, hemos de
dejarnos conducir por JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR, EL PASTOR BUENO, que, nos guía
y conduce con su amor y con la fuerza de su alimento eucarístico, hacia la
nueva Jerusalén, la definitiva, donde ha de darse el festín de sus bodas con la humanidad entera.
Pero, estando todos
llamados a participar de la mesa de las bodas eternas del Hijo de Dios, se nos
exigirá el detalle de ir vestidos con el
traje nuevo, con el traje de fiesta, el que hemos de ir confeccionando con las
buenas obras que practiquemos con los demás y con los valores evangélicos y
humanos vividos durante nuestra vida terrena, ya que, sólo así, formaremos
parte de los escogidos.
Y, ser llamados para una felicidad sin fin
durante toda la eternidad, nos ha de llenar de
gozo y entusiasmo; alegría y júbilo, que hemos de saber transmitir a los
demás, para que, sean muchos los que acojan la invitación que Dios les hace, a
participar plenamente de Él en la comunión de su vida.
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