viernes, 3 de octubre de 2014

Domingo XXVII- A


DOMINGO  XXVII  DEL TIEMPO ORDINARIO

LA VIÑA DEL SEÑOR ES LA CASA DE ISRAEL

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

                                                  
                    Dios, que es Amor, que nos mira siempre con benevolencia y que se nos da hasta el extremo,  también quiere que, los hombres, demos los frutos buenos que proceden de nuestro interior, cuando está lleno de deseos de sincera conversión. Son frutos de fe y de amor, de verdad, de justicia y de paz; los frutos que configuran y hacen posible la realidad del Reino; los que han de perdurar hasta la vida eterna.

                    Pero, Israel, no dio los frutos que de él esperaba el Señor, apartándose de los caminos rectos y justos de Yahveh, el Dios de la Alianza, siempre  fiel y leal a sus promesas salvadoras con su pueblo elegido, como, así lo relata Isaías, en  su precioso cántico a la viña del Señor,  tan conmovedor y lleno de ternura.

                    Consciente Israel de su mala conducta, con el salmo 79, de lamentación y súplica comunitaria, pide a su Dios, Yahveh, que, aún sin merecerlo, vuelva a mirarle con simpatía y amor, como lo hizo, cuando estaba esclavo en Egipto; ya que su misericordia y fidelidad son eternas. Y, con los mismos deseos de Israel, también  hacemos nuestra, esta súplica confiada: “Que brille, Señor, tu rostro y nos salve”:

Sacaste, Señor, una vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste.
Extendió sus sarmientos hasta el mar
y sus brotes hasta el Gran Río.

                    Y, como viña sin amo, sin protección y  sin los cuidados, siempre tan necesarios del labrador, ha quedado el pueblo de Israel; abandonado y olvidado de las manos bondadosas de Yahveh, su Dios; como deshecho, hundido hasta el extremo y presa de la  catástrofe que ahora vive:

¿Por qué has derribado su cerca,
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?

                    Pero Israel, acude de nuevo a Yahveh para recordarle, que sigue siendo  su pueblo, su viña y propiedad, de la que nunca ha de olvidarse, pues siempre, su misericordia y fidelidad son eternas:

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó,
y que tu hiciste vigorosa.

                    Y, otra vez insiste Israel, a su Dios y Pastor, Yahveh, para decirle que, pues nunca puede dejarlos abandonados, acoja complacido la súplica, que, con tanto fervor y amor han de dirigirle siempre: “Despierta tu poder, Señor y ven a salvarnos”.

No nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

                    También, para los cristianos, que seguimos siendo el pueblo de Dios, nuestro grito de urgencia ha de ser: ¡Ven, Señor Jesús!  Pues Dios, ha querido restaurarnos y hacer brillar su rostro sobre nosotros en su amado Hijo, Cristo Jesús, que es nuestra Salvación, el Pastor bueno, que ha dado su vida por nosotros y nos va conduciendo, con su paz y alegría, hasta la gloria del Padre.
  
                    Y, si Dios se lamentaba que, Israel, su pueblo, no había seguido sus caminos de justicia y rectitud. Ahora, en la plenitud de los tiempos y de la historia, ha convertido a Cristo Jesús en la Piedra Angular, sobre la que se asienta el Reino de Dios,  que, con carácter de universalidad, está abierto a todos sin excepción, superando toda barrera, de raza, lengua o nación.

                    Más, si Cristo Jesús, con su entrega y muerte de Cruz, nos restaurar y nos da su resurrección y salvación, también, en la Eucaristía, donde se nos entrega y le recibimos con amor, es para nosotros la vid verdadera, de la que nosotros somos sus sarmientos vivos,  injertados en Él, por el que podemos dar los frutos que  reclama el Reino, los de la vida eterna     

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