DOMINGO
XVI. DEL T. ORDINARIO - C
SEÑOR, ¿QUIEN PUEDE HOSPEDARSE
EN TU TIENDA?
Por Mª Adelina Climent Cortés O. P.
Un gran misterio de revelación y
una gozosa y sublime promesa de gloria, y de esperanza de salvación, nos
presentan las lecturas bíblicas de hoy; ya que, toda acogida cordial de Dios,
engendra vida, alegría y gozo compartido: Dijo Dios a Abrahán: “cuando vuelva a
verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.
Y, el salmo 14, también nos habla, con tono sapienzal, de la
hospitalidad del Señor en su santuario y de las condiciones necesarias que
tiene que poseer el que quiere ser acogido por Dios como “huésped suyo”. Los
que son dignos de tal elección, son
aquellos que viven según los caminos de Dios ratificados en La Alianza ; aquellos
que, teniendo un corazón religioso, grande y generoso,
pueden actuar con rectitud de conciencia
y conseguir la relación mística y gratuita, por la que, el hombre, llega a igualarse a Dios, porque puede
adentrarse en su corazón y formar parte del mismo ser interior y trinitario
de Vida:
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.
Este salmo, representa una liturgia
de entrada en el templo del Señor. Los fieles preguntan antes de entrar, ya en la misma
puerta, las condiciones que hay que
poseer, para participar en el culto y
poder ser “huésped de Dios”. El sacerdote,
es el que les contesta, en nombre de Yahveh, el Altísimo, y les habla de las virtudes humanas, y de los
deberes más necesarios y comunes, para
con el prójimo, entre los que
sobresalen, como más elementales,
la práctica de la justicia y del derecho con todos y, sobre todo, con las más
necesitados... Y, como resumiendo, llega
a decir que, sólo puede ser auténtico
“huésped de Dios” el que es capaz de
vivir una vida de amor y de gratuidad con Dios y con los demás, a los que,
como a hermanos, siempre debemos amar:
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino;
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.
El que no presta dinero a usura,
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra, nunca fallará.
Hospedarse en el santuario del Señor siendo de sus invitados... Ser
acogidos los tres visitantes un día de calor y cuando se sentían cansados, por Abrahán, en su
tienda, junto a la encina de Mambré.
Lo mismo que, hospedarse
también, Jesús, en Betania, cuando
invitado por Marta a su casa, busca un poco de sosiego y descanso, mientras
ésta le servía y su hermana María,
sentada a sus a sus pies escuchaba sus
palabras, exige siempre y en toda
ocasión, unas condiciones de
amistad, de diálogo entrañable, de abierta y confiada comunicación entre amigos
y conocidos, y sobre todo un sincero y recíproco cariño, que, Dios siempre sabe
bendecir...
Y, es, entonces, en toda
comunicación amistosa y gratuita con Dios y con los hermanos, cuando
nace, siempre, más amor y cordialidad, más unidad y comunión trinitaria;
donde el amor del Padre y del Hijo, en El Espíritu Santo, engendran Vida
y Amor Salvador, al igual que surgió
así, en la eternidad de los tiempos, la “vida nueva” de Cristo Jesús, capaz de recrearlo
y hacerlo todo nuevo, en el Espíritu.
Y, si, en la encina de Mambré, será Isaac el que llevará a cabo la
Promesa Salvadora de Dios a toda la Humanidad: “EN
TI SERÁN BENDECIDAS TODAS LAS NACIONES”, dijo Dios a Abrahán. También, este pasaje, se puede entender, como el preludio de la
encarnación del Hijo de Dios, pues recibimos a Dios, le acogimos, como la gran
revelación y el excelso Don del Padre a toda la humanidad sedienta de
salvación: “A cuantos le recibieron les
dio el poder de ser Hijos de Dios”
Y, como hijos de Dios, nos visita, también a nosotros, Cristo Jesús.
Continuamente busca nuestra amistad;
desea intimar con cada uno de nosotros; quiere nuestro seguimiento y
testimonio. Y, sobre todo, espera
nuestra escucha atenta, de manera
que, su palabra, siempre pueda ser acogida y dar vida en cada uno de nosotros,
donde el Padre, con la fuerza y el amor del Espíritu Santo, no cesa de hacer
nacer a su Hijo Jesús, en cada uno de nosotros, haciéndonos, así, renacer cada
vez más y mejor, como criaturas nuevas, para su Reino de gozo y de alabanza eterna.
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