viernes, 19 de julio de 2019

Domingo XVI del T.O. -C



DOMINGO XVI. DEL T. ORDINARIO - C


SEÑOR, ¿QUIEN PUEDE HOSPEDARSE
EN TU TIENDA?

Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P.


                     Un gran misterio de revelación y  una gozosa y sublime promesa de gloria, y de esperanza de salvación, nos presentan las lecturas bíblicas de hoy; ya que, toda acogida cordial de Dios, engendra vida, alegría y gozo compartido: Dijo Dios a Abrahán: “cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.

                     Y, el salmo 14, también nos habla, con tono sapienzal, de la hospitalidad del Señor en su santuario y de las condiciones necesarias que tiene que poseer el que quiere ser acogido por Dios como “huésped suyo”. Los que son dignos  de tal elección,  son  aquellos que viven según los caminos de Dios ratificados en La Alianza; aquellos que,   teniendo  un corazón religioso, grande y generoso, pueden actuar  con rectitud de conciencia y  conseguir la  relación mística y gratuita,  por la que, el hombre,  llega a igualarse a Dios, porque puede adentrarse en su  corazón y formar  parte del mismo ser interior y trinitario de  Vida:

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

                    Este salmo, representa una liturgia  de entrada en el templo del Señor. Los fieles  preguntan antes de entrar, ya en la misma puerta,  las condiciones que hay que poseer,  para participar en el culto y poder ser “huésped de Dios”. El sacerdote,  es el que les contesta, en nombre de Yahveh, el Altísimo, y les  habla de las virtudes humanas, y de los deberes  más necesarios y comunes, para con el prójimo,   entre los que sobresalen, como  más elementales, la  práctica de la justicia y del  derecho con todos y, sobre todo, con las más necesitados... Y, como resumiendo,  llega a decir  que, sólo puede ser auténtico “huésped de Dios” el que es  capaz de vivir una vida de amor y de gratuidad con Dios y con los demás,  a los que,  como a hermanos, siempre debemos amar:

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino;
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no presta dinero a usura,
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra, nunca fallará.


                    Hospedarse en el santuario del Señor siendo de sus invitados... Ser acogidos los tres visitantes un día de calor y cuando  se sentían cansados, por Abrahán, en su tienda, junto a la encina de Mambré.  Lo  mismo que, hospedarse también,  Jesús, en Betania, cuando invitado por Marta  a su casa,  busca un poco de sosiego y descanso, mientras ésta le servía y  su hermana María, sentada a sus a sus pies  escuchaba sus palabras, exige siempre y en toda  ocasión,  unas condiciones de amistad, de diálogo entrañable, de abierta y confiada comunicación entre amigos y conocidos, y sobre todo un sincero y recíproco cariño, que, Dios siempre sabe bendecir...

                    Y, es, entonces, en toda  comunicación amistosa y gratuita con Dios y con los hermanos,  cuando  nace, siempre, más amor y cordialidad, más unidad y comunión  trinitaria;  donde el amor del Padre y del Hijo, en El Espíritu Santo, engendran Vida y Amor Salvador, al igual  que surgió así, en la eternidad de los tiempos, la “vida nueva” de Cristo Jesús, capaz de recrearlo y hacerlo  todo nuevo, en el Espíritu.
                                                                   
                     Y, si, en la encina de Mambré, será Isaac el que llevará a cabo la Promesa Salvadora de Dios a toda la Humanidad: “EN TI SERÁN BENDECIDAS TODAS LAS NACIONES”, dijo Dios a Abrahán. También, este pasaje,  se puede entender, como el preludio de la encarnación del Hijo de Dios, pues recibimos a Dios, le acogimos, como la gran revelación y el excelso Don del Padre a toda la humanidad sedienta de salvación:  “A cuantos le recibieron les dio el poder de ser Hijos de Dios”  

                    Y, como hijos de Dios, nos visita, también a nosotros, Cristo Jesús. Continuamente busca nuestra amistad;  desea intimar con cada uno de nosotros; quiere nuestro seguimiento y testimonio. Y, sobre todo, espera  nuestra escucha atenta,  de manera que, su palabra, siempre pueda ser acogida y dar vida en cada uno de nosotros, donde el Padre, con la fuerza y el amor del Espíritu Santo, no cesa de hacer nacer a su Hijo Jesús, en cada uno de nosotros, haciéndonos, así, renacer cada vez más y mejor, como criaturas nuevas, para su Reino de gozo y de  alabanza eterna.

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