sábado, 4 de noviembre de 2017

Domingo XXXI del T.O.-A


DOMINGO XXXI  DEL T. ORDINARIO -  A

 GUARDA  MI  ALMA  EN  LA  PAZ,  JUNTO  A  TI,  SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    C reer en Dios, amarle y tenerle  por Padre, nos ha de llevar a una felicidad y, a un abandono amoroso y filial; a dejar confiados nuestros cuidados, deseos y ansiedades en sus manos protectoras, hasta anteponer el cumplimiento de su voluntad a todos nuestros afanes terrenos, ya que, esto, nos ayudará a vivir en el sano y gozoso equilibrio de una auténtica entrega, en fe y humildad.

                    Y, porque así lo creemos y anhelamos, queriendo llenar nuestro corazón de esperanza, de  amor y de paz,  se lo decimos y cantamos a Dios, nuestro Padre,  con el salmo 130.

                    Este breve y bello poema, sublime y profundo a la vez, y que, pertenece a la serie de los salmos de “las subidas”  narra la experiencia viva de un israelita creyente que, siendo fiel y seguro servidor de la religión de sus padres, debido a un ambiente lleno de  desdichas y dificultades en el que vive,  descubre que, lo mejor y mas autentico ante su Dios Yahveh, al que desea serle fiel,  es  vivir su fe adoptando una actitud humilde, sencilla y confiada, y, a la vez, audaz, servicial  y entregada a los designios de su voluntad, desde la paz que experimenta un niño que, en brazos de su madre, busca y anhela su ternura maternal
 
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad.

                    El salmista, que vive su fidelidad al Señor, desde la confianza filial y en el  hondo conocimiento de saberse en los brazos maternales de Yahveh, el Dios que siempre protege y salva; también logra satisfacer sus deseos de esperanza plena y de una paz gozosa sin termino, que fluyen de la misma presencia y cercanía del Señor.

                    Pero el orante yahvista, que, también da un sentido comunitario al salmo, quiere que, esta paz duradera que experimenta como fruto de vivir su fe, humilde y servicialmente junto a su Dios, igualmente la desee y espere Israel, el pueblo escogido por Yahveh como heredad suya.

Sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.
                                                    Espere Israel en el Señor,
ahora y por siempre.

                    Así, el fiel servidor y auténtico yahvista del salmo,  se nos manifiesta como la respuesta sincera y modélica a la dura crítica que, Malaquías, en la primera lectura bíblica de La Eucaristía, hace de los sacerdotes, por haber descuidado sus funciones ministeriales, anulando y profanando la alianza de sus padres con Yahveh, apartándose del camino justo y haciendo tropezar a muchos contra la ley. También, por no haber dado gloria al nombre de Yahveh y haber despojado al prójimo; invalidando, de esta manera, la auténtica práctica religiosa, que se funda en la experiencia del único Dios, y Padre de todos.

                    Con todo, es Cristo Jesús, sin duda alguna,  desde un abandono amoroso filial y total en manos de su Dios y Padre, el que cumple plena y maravillosamente su voluntad salvadora, haciendo en todo momento lo que más le agrada, desde una vida sencilla, humilde y sin pretensiones;  desde una  entrega amorosa y servicial por el bien de todos los hombres, a los que, por medio de su muerte y resurrección gloriosa, los hace hermanos suyos e hijos del Padre Dios.

                    En la lectura evangélica nos aconseja: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque UNO SOLO ES VUESTRO MAESTRO Y TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS”. “Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque UNO SOLO ES VUESTRO PADRE, EL DEL CIELO”.

                    Se nos invita, pues,  a vivir nuestra fe desde la sencillez y la humildad, pero con la audacia y generosidad que nos viene de sentirnos y ser hijos amados de Dios, seguidores de Cristo Jesús y hermanos de todos los hombres; de tal manera que, nuestro ser y actuar, ha de  corresponder con la fe que profesamos y oramos. Vida de fe, la nuestra, que, alimentada por el pan de la palabra evangélica que escuchamos,  y fortalecida por el pan eucarístico que comulgamos, nos ha de convertir en auténticos testimonios del Reino.

                    Que nuestra humilde y sencilla oración, sea pues, hoy y siempre, como la del yahvista fiel y orante:

GUARDA MI ALMA EN LA PAZ, JUNTO A TÍ; SEÑOR

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