sábado, 8 de abril de 2017

Domingo de Ramos


DOMINGO DE RAMOS -
Entrada del Señor en Jerusalén.



                                   
DIOS REINA SOBRE LAS NACIONES

                                        Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Fiesta entrañable y hermosa la del DOMINGO DE RAMOS en la que recordamos a Jesús y celebramos su entrada triunfal en Jerusalén, rodeado de una muchedumbre de gente que le  aclama con ramos de olivo y palmas, con vítores y gritos de júbilo: “HOSANA AL HIJO DE DAVID, BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR, EL REY DE ISRAEL, ¡HOSANA EN EL CIELO!”

                    Unidos al grupo que le sigue, también nosotros festejamos a Jesús, que, victorioso y triunfante, se dirige  hacia la meta de su misión redentora donde nos dará  su  misma Vida; a la vez que, le contemplamos, cabalgando  humildemente sobre una borrica, como, queriendo indicar, que la salvación del mundo será consecuencia de su entrega de amor hasta la muerte en cruz, y  de su triunfante resurrección.

                    Y, unimos nuestra alegría y gozo en torno a Jesús, cantando con alegría y entusiasmo el salmo 46, un hermoso himno que aclama a Yahveh como Rey y Señor de todo el universo:

Pueblos todos batid palmas
aclamad a Dios con gritos de júbilo:
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

                    La realeza de Yahveh se ha manifestado de manera visible y maravillosa, en la conquista de la tierra, prometida a Israel, el  pueblo que se había escogido como heredad,  y en el sometimiento de los reyes y pueblos vecinos, sobre los cuales, Israel, ha quedado encumbrado. Victorias, logradas por Yahveh, en la persona del propio Rey, su representante en la tierra; lo que deja entrever la universalidad de su reinado:

Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
Él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.

                    El salmista, pasa a cantar de manera vibrante, solemne y estrepitosa, la entronización  de Yahveh como Rey y Señor de todas las naciones, y,  anima más y más  al grupo de cantores, a que sigan esmerándose en el arte de tocar, para que, la celebración litúrgica, conserve  todo su esplendor. El episodio, recuerda la subida y entronización del arca de La Alianza,  en el santuario, después de una procesión; también sugiere las subidas de Israel a su propia  tierra, en los diferentes éxodos de su historia, en los que, siempre cabalgaba Yahveh delante del pueblo, infundiendo esperanza y animando la expedición:

Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor a son de trompeta:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey,  tocad;
porque Dios es el Rey del mundo:
tocad con maestría.

                                   
                    Ya en su trono, Yahveh, rodeado de gloria y esplendor, recibe el vasallaje de los pueblos y los reyes vecinos, que unidos a Israel, pregonan solemnemente la grandeza, soberanía y universalidad de su reinado:

Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado:
los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo de Dios de Abrahán,
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y Él es excelso.

                    Más, después de haber aclamado a nuestro Rey y Señor, seguimos acompañando a Jesús, nuestro Mesías Salvador, a través de la escucha y contemplación de su pasión y muerte, como una anticipación de la celebración del Viernes Santo.

                    Jesús, con el derramamiento de su sangre inocente expía el mal del mundo y los estragos de la muerte. Misterio profundo y sorprendente el de Cristo Jesús, que debemos adorar en profundo silencio, y, a la vez, cargando con la parte de su cruz, que nos ha tocado a cada uno, pedir por aquellos que aún no le reconocen, como Hijo de Dios  y Salvador del género humano.

                    También, con alegría y amor, celebramos a Jesús en su triunfante Resurrección, ya que, en la eucaristía se nos da como Pan de Vida Eterna y prenda de Salvación, reviviendo, de esta manera, su Pascua gloriosa y salvadora.


                    Y, como también lo anticipa el salmo, Cristo Jesús, asciende entre vítores y aclamaciones a la derecha del Padre, al santuario del Cielo, donde tiene preparado su trono  y donde, nos espera a todos con los brazos abiertos, para que participemos de su misma gloria.

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