DOMINGO DE RAMOS -
Entrada del Señor en Jerusalén.
DIOS REINA SOBRE LAS NACIONES
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
Fiesta entrañable y hermosa la del DOMINGO DE RAMOS en la que recordamos
a Jesús y celebramos su entrada triunfal en Jerusalén, rodeado de una
muchedumbre de gente que le aclama con
ramos de olivo y palmas, con vítores y gritos de júbilo: “HOSANA AL HIJO DE
DAVID, BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR, EL REY DE ISRAEL, ¡HOSANA EN
EL CIELO!”
Unidos al grupo que le sigue, también nosotros festejamos a Jesús, que,
victorioso y triunfante, se dirige
hacia la meta de su misión redentora donde nos dará su
misma Vida; a la vez que, le contemplamos, cabalgando humildemente sobre una borrica, como,
queriendo indicar, que la salvación del mundo será consecuencia de su entrega
de amor hasta la muerte en cruz, y de
su triunfante resurrección.
Y, unimos nuestra alegría y gozo en torno a Jesús, cantando con alegría
y entusiasmo el salmo 46, un hermoso himno que aclama a Yahveh como Rey y Señor
de todo el universo:
Pueblos todos batid palmas
aclamad a Dios con gritos de júbilo:
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
La realeza de Yahveh se ha manifestado de manera visible y maravillosa,
en la conquista de la tierra, prometida a Israel, el pueblo que se había escogido como heredad, y en el sometimiento de los reyes y pueblos
vecinos, sobre los cuales, Israel, ha quedado encumbrado. Victorias, logradas
por Yahveh, en la persona del propio Rey, su representante en la tierra; lo que
deja entrever la universalidad de su reinado:
Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
Él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.
El salmista, pasa a cantar de manera vibrante, solemne y estrepitosa, la
entronización de Yahveh como Rey y
Señor de todas las naciones, y, anima
más y más al grupo de cantores, a que
sigan esmerándose en el arte de tocar, para que, la celebración litúrgica,
conserve todo su esplendor. El
episodio, recuerda la subida y entronización del arca de La Alianza, en el santuario, después de una procesión; también
sugiere las subidas de Israel a su propia
tierra, en los diferentes éxodos de su historia, en los que, siempre
cabalgaba Yahveh delante del pueblo, infundiendo esperanza y animando la
expedición:
Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor a son de trompeta:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad;
porque Dios es el Rey del mundo:
tocad con maestría.
Ya en su trono, Yahveh, rodeado de gloria y esplendor, recibe el
vasallaje de los pueblos y los reyes vecinos, que unidos a Israel, pregonan
solemnemente la grandeza, soberanía y universalidad de su reinado:
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado:
los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo de Dios de Abrahán,
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y Él es excelso.
Más, después de haber aclamado a nuestro Rey y Señor, seguimos
acompañando a Jesús, nuestro Mesías Salvador, a través de la escucha y
contemplación de su pasión y muerte, como una anticipación de la celebración
del Viernes Santo.
Jesús, con el derramamiento de su sangre inocente expía el mal del mundo
y los estragos de la muerte. Misterio profundo y sorprendente el de Cristo
Jesús, que debemos adorar en profundo silencio, y, a la vez, cargando con la
parte de su cruz, que nos ha tocado a cada uno, pedir por aquellos que aún no
le reconocen, como Hijo de Dios y
Salvador del género humano.
También, con alegría y amor, celebramos a Jesús en su triunfante
Resurrección, ya que, en la eucaristía se nos da como Pan de Vida Eterna y
prenda de Salvación, reviviendo, de esta manera, su Pascua gloriosa y
salvadora.
Y, como también lo anticipa el salmo, Cristo Jesús, asciende entre
vítores y aclamaciones a la derecha del Padre, al santuario del Cielo, donde
tiene preparado su trono y donde, nos
espera a todos con los brazos abiertos, para que participemos de su misma gloria.
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