VIERNES SANTO
PADRE, A TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU
Por M. Adelina Climent Cortés O.P.
Nos conmueve hondamente
escuchar y meditar las palabras de Lucas, el evangelista, puestas en labios de Jesús, en el momento
cumbre de expiar en La Cruz: PADRE, A TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU. La vida
de Jesús, su verdad, su amor entregado, ha llegado a su plenitud. Vida, que
Dios Padre, recibe, abraza y transforma en salvación para la humanidad y todo
lo creado.
Y, este Misterio de
donación y dolor, se celebra solemnemente hoy, VIERNES SANTO, en el que
adoramos LA CRUZ REDENTORA DEL MESÍAS
JESÚS. Es, también, Día de Gracia y de agradecimiento: nuestro REDENTOR Y
SALVADOR, ha vencido, ha transformado
el pecado, junto con el mal y la
iniquidad del mundo, y, también, el miedo que se tenía a la muerte.
Por lo que, llenos de amor y gratitud a nuestro MESÍAS Y
SALVADOR, meditamos y oramos el salmo 30, del que están tomadas las palabras
que pronuncia Jesús, en el momento
cumbre de su abandono en los brazos amorosos del Padre.
Este salmo, narra la
experiencia de fe de un inocente, que, se ve, muy calumniado y perseguido por
sus enemigos, pero que, en su gran dolor y humillación, sabe suplicar a su
Dios, Yahveh, del que está seguro conoce su inocencia, y, también, porque es el
único Dios que, siempre y en toda
ocasión, atiende, protege, y salva a cuantos le invocan:
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
Tú, el Dios leal, me librarás.
El salmista, que ha confiado plenamente en la salvación de
Yahveh, pasa a describir el sufrimiento que le ahoga, con expresiones propias del
género literario de “lamentación individual”, y sirviéndose de imágenes del vivir sencillo y cotidiano:
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Desde una fe profunda, el
salmista sabe que, su Dios, Yahveh, por su misma bondad y lealtad para con sus
fieles, ha de protegerle, ya que, siempre y únicamente en Él, ha puesto su
confianza:
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: “Tú eres mi Dios”.
En tus manos están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Ya liberado de su
angustia, el orante prorrumpe en alabanzas a su Dios, Yahveh, e invita a la
asamblea a que se unan a su acción de gracias y pongan, siempre, su confianza
en Él.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.
Pero, el sentido
escatológico del salmo nos mueve a contemplar, de nuevo, a JESÚS EN LA CRUZ. Desde ella, enseña la
verdad a quienes le miramos; y su verdad salvadora está hecha de donación y de
entrega absoluta a Dios Padre y a los hombres, de manera que, todos los
cristianos, todos sus seguidores, estamos invitados a vivir como Él vivió.
Más, contemplar a Cristo Jesús, mirar al que ha
sido atravesado, es llenar nuestro corazón de deseos de amor y de libertad,
para hacer transparente su salvación, desde nuestro testimonio de sencillez y
pobreza; para gloriarnos sólo de su Cruz, para acoger la misericordia y el
perdón que irradia su rostro misericordioso y, para besar la llaga de su
costado, manantial de gracia divina, siempre abierto al perdón, a la ternura y a la compasión.
Y, mirar de nuevo a Jesús,
es sentirse atraído por Él, hasta hacer nuestros sus mismos sentimientos y la
verdad de su Vida, amando como Él amó, hasta el extremo, viviendo su justicia y
su paz, su predilección por los más pobres y sencillos, su aliento y consuelo a
los enfermos, y su misma comunión de amor con el Padre.
Adoremos, pues, en
profundo silencio “AL QUE EN LA CRUZ DEVUELVE LA ESPERANZA DE TODA SALVACIÓN”.
A Él honor y gloria por siempre. Amén.
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