JUEVES SANTO
EL CÁLIZ QUE BENDECIMOS
ES
LA COMUNIÓN DE LA SANGRE DE CRISTO
Por M. Adelina Climent Cortés
O.P.
EL JUEVES SANTO,
es un día de acción de gracias, por
habérsenos manifestado, más que nunca,
el Amor de nuestro Dios. Amor, que ha
sido derramado en beneficio de todos.
Amor, que salva y vivifica, Amor sublime, que enseña a amar y a vivir en el
amor. Este Amor, es el de Cristo Jesús: “LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO”. Amor,
también, entregado, y que se hace presencia y compañía en LA EUCARISTÍA,
instituida y celebrada por Jesús, como sacrificio de expiación y comunión, en
el PAN PARTIDO Y VINO OFRECIDO, y que, es, anuncio de su pasión, muerte, y
resurrección.
Por eso, hoy, en La Celebración Eucarística, MEMORIAL
y SACRAMENTO SALVADOR, banquete pascual, fusión de los fieles en el Señor y
entre sí, anticipo del banquete escatológico, alabamos a Dios Padre con el
salmo 115; oración de acción de gracias con sentido sacrificial, que hace más
sublime y perfecta la alabanza que se ofrece, por ser fruto, no solo de un
rito externo, sino, de un espíritu sincero y agradecido a Dios:
¿Cómo
pagaré al Señor
todo
el bien que me ha hecho?
Alzaré
la copa de la salvación,
invocando
su nombre.
Haciendo propios los
sentimientos del salmista, que desea ofrecer la acción de gracias en una
libación litúrgica: alzando la copa de la salvación e invocando el nombre del Señor –símbolo del cáliz que bendecirá Jesús-, nuestro deseo ha de ser, agradecer a
Dios habernos dado a su propio Hijo Cristo Jesús, nuestro salvador, y haber querido, éste, antes de morir,
sentarse a la mesa con los hombres y permanecer siempre con nosotros en La Eucaristía. MISTERIO GRANDE
Y EXCELSO DE AMOR Y DE COMUNIÓN.
Pero, el salmista, aporta más razones:
Mucho le cuesta al Señor
la
muerte de sus fieles.
Señor,
yo soy tu siervo,
hijo
de tu esclava;
rompiste
mis cadenas.
También, nosotros, todos
los cristianos, hemos de ver con humildad, que el Señor, aunque algunas veces
nos prueba para nuestro bien, nunca quiere la muerte de sus hijos, nuestro mal
definitivo, y, que, para librarnos de
ella, aceptó la muerte de su propio Hijo, Cristo Jesús, con la que rompió, de una vez para siempre, todas
nuestras ataduras.
Agradecido, el orante,
dice a Yahveh:
Te
ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando
tu nombre, Señor.
Cumpliré
al Señor mis votos,
en
presencia de todo el pueblo.
Nosotros, todos los
cristianos, también hemos de cumplir
nuestros votos de acción de gracias y de alabanza, ante el altar eucarístico, uniendo nuestro sacrificio espiritual
al de Cristo Jesús, en oblación y glorificación al Padre y en amor y entrega a
los hermanos.
Y, este deseo de vivir en comunión de vida con Cristo Jesús,
y con nuestros hermanos, debemos acrecentarlo con el alimento
nutritivo de La Eucaristía; porque, de esta manera, el CUERPO DEL SEÑOR, CON SU SANGRE, nos ayudará a vivir su misma
vida de amor y entrega, desde el
servicio, la reconciliación mutua, y en renovación de vida interior: todo,
fruto de una pascua nueva y eterna, como es
LA PASCUA DE CRISTO JESÚS.
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