STA.
MARÍA MADRE DE DIOS.
Octava de NAVIDAD
ALABEMOS Y DEMOS GRACIAS AL SEÑOR
Por
M. Adelina Climent Cortes O.P.
“Oh
Dios, que te alaben los pueblos,
que
todos los pueblos te den gracias”
Estos versos del salmo 66,
en forma de estribillo, son un deseo hecho oración y canto, dirigido a DIOS
COMO SEÑOR DE LA HISTORIA y de TODOS LOS PUEBLOS. El salmo, con características
hímnicas y de acción de gracias, es de la época del exílio y tiene elementos de tiempos anteriores. En el poema, se da gracias al Señor, por los
frutos de las cosechas recogidas, consideradas en Israel como la bendición
mayor de Yahveh, por ser el único que puede hacer fecunda la tierra y todas las
obras de nuestras manos. Y, en esta acción de gracias, estaba implícito el
deseo de que les siguiera bendiciendo su Dios, Yahveh, para que, viéndolo los
demás pueblos, también pudieran reconocerle y acoger su salvación.
La bendición de Yahveh,
que lleva el poema, recuerda la de Números (6, 22-27), que leemos, como primera lectura, en La Eucaristía de LA SOLEMNIDAD DE SANTA
MARÍA, MADRE DE DIOS, que hoy celebramos. Dice así:
El
Señor tenga piedad y nos bendiga
ilumine
su rostro sobre nosotros:
conozca
la tierra tus caminos,
todos
los pueblos tu salvación
Junto con la acción de
gracias, el orante pide a Dios, que les siga favoreciendo en lo que es indispensable para el sustento
diario y cubrir las necesidades más básicas,
y, para poder seguir invocándole en todo momento. También pide a Yahveh,
que les ilumine con su rostro, ya que,
todo israelita ve en este gesto, la concesión y benevolencia de Dios a favor de
su pueblo, pues, el rostro queda iluminado cuando, por hacer el bien a los
demás, la misma persona se llena de contento; alegría que hace nacer el reflejo
de luz que brota del espíritu. Y, como es tanto el gozo que el orante siente al
ser bendecido por Yahveh, también quiere que toda la tierra lo perciba y lo
haga suyo, pues, los caminos de la salvación de Dios son universales y todos
los pueblos los han de conocer y acoger:
Que
canten de alegría las naciones,
porque
riges el mundo con justicia
riges
los pueblos con rectitud,
y
gobiernas las naciones de la tierra.
También nos dice el
salmo, que la bendición de Yahveh es siempre de tal magnitud, que tiene fuerza
para provocar la alegría, la alabanza y la gratitud de todas las naciones de la
tierra, porque lleva consigo, la justicia y la rectitud, que engendran la paz y
la felicidad de los pueblos. Por eso insiste el salmista:
Oh
Dios, que te alaben los pueblos,
que
todos los pueblos te alaben.
Que
Dios nos bendiga; que le teman
hasta
los confines del orbe.
Aparece, de nuevo, el
sentido ecuménico del salmo. La bondad de Yahveh, su salvación, lo llena todo,
y el orbe entero tiene que reconocerlo. Y, porque Dios es tan grande y
generoso, también los hombres han de temer su santo nombre, que equivale a
amarle con todas las fuerzas del ser, y junto con toda la creación.
En esta solemnidad de
SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, hemos de alabarle y darle gracias por La Madre tan
excelsa que ha escogido para su Hijo Jesús y para todos nosotros, que, por su
nacimiento, hemos quedado constituidos hermanos suyos. Siendo esto la bendición
más grande que Dios nos ha otorgado. JESÚS, EL VERBO DE DIOS ENCARNADO, es el fruto mejor de la tierra, que al
comerlo como Eucaristía, nos llena de salud, de paz y de contento. Es el fruto que nos sacia y nos hace crecer en
comunión hasta hacernos hijos auténticos de Dios. Por eso, llenos de infinita
gratitud, alabémosle siempre con alegría y gozo:
“Oh
Dios, que te alaben los pueblos,
que
todos los pueblos te alaben”
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