DOMINGO II T. ORDINARIO - C
CONTAD A TODOS LOS PUEBLOS LAS
MARAVILLAS DEL SEÑOR
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Las maravillas que Dios ha
realizado a través de la historia de la salvación, culminan, de manera plena y
acabada, en la manifestación de su Hijo Unigénito, Jesucristo, hecho hombre,
para nuestra salvación.
Estas maravillas de Dios,
que siempre proceden de su bondad y de
su misericordia para con los hombres, las
proclamaba y ensalzaba Israel en el
salmo 95, uno los salmos que se cantaban en las entronizaciones
reales. Y que, los israelitas lo retomaron con entusiasmo, para cantar y
ensalzar la gloria del Reino
restaurado, después de la cautividad de Babilonia:
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.
Pero no sólo las
maravillas que realiza Yahveh son para Israel.
Su victoria y su salvación,
también es para todos los pueblos, llamados a contemplar su gloria. Y,
porque todos somos amados por el Rey y
Señor del universo, todos debemos alegrarnos y
proclamar sus maravillas:
Proclamad día tras día su victoria,
contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Israel, que en la vuelta
del exilio, ha visto la victoria de Yahveh en beneficio propio y como fruto del
gran amor que le tiene, se siente destinatario de su Salvación y, al mismo
tiempo, comprometido en la tarea de darla a conocer a los demás pueblos, a los
que invita a cantar y a reconocer “la gloria y el poder de Dios”
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
El salmista orante, invita
de nuevo a todas las naciones, a tributar a Yahveh, rodeado de gloria y
majestad en su templo sagrado, una sincera adoración y una gozosa alabanza de acción de gracias;
animándoles, también, a dar a conocer
su excelsa realeza y señorío, capaz de gobernar el universo con justicia y
equidad:
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: “El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente”.
En los tiempos de plenitud
en que vivimos, la gloria de Dios, su divinidad, se nos ha manifestado en Cristo Jesús, y en distintas ocasiones. Era la mejor manera de darse a conocer, como el Hijo de Dios y como el Mesias esperado; es decir, como el Salvador del mundo.
En el fragmento evangélico de Jn
2,1-12, se nos presenta Jesús (el enviado del Padre, y también su gloria
y esplendor) en el contexto de una EUCARISTÍA, significada en LAS BODAS DE CANÁ
DE GALILEA, y como anuncio de las bodas definitivas y eternas del Cordero con
La Humanidad salvada, en el BANQUETE CELESTIAL.
Y, en las primeras bodas,
las de Caná, Cristo Jesús está significado en el ESPOSO y en el VINO NUEVO que
reparte a los comensales. Vino Nuevo
que tiene el poder de crear fiesta y alegrar, de rejuvenecer y transformar todo
cuanto existe. Vino, que en La Eucaristía nos purifica, nos fortalece, nos
vigoriza y diviniza, y que en la
eternidad nos embriagará de luz y de gloria.
También será entonces cuando se cantará
jubilosamente el cántico nuevo del amor, por siglos sin fin.
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