EL
BAUTISMO DEL SEÑOR – C
BENDICE
ALMA MÍA AL SEÑOR
¡DIOS
MIO, QUÉ GRANDE ERES!
Por
Mª Adelina Climent Cortés OP.
Estalla en plenitud la manifestación mesiánica
y gloriosa de Jesús. Relata Lucas en su Evangelio: sucedió que “en
un bautismo general, también Jesús se bautizó. Y, MIENTRAS ORABA, SE ABRIÓ EL
CIELO, BAJÓ EL ESPÍRITU SANTO EN FORMA DE PALOMA, Y VINO UNA VOZ DEL CIELO: “TU
ERES MI HIJO, EL AMADO; EL PREDILECTO”.
Y, porque este domingo celebramos litúrgicamente
y con alegría esta Fiesta del Bautismo de Jesús, ya adulto, en la que se nos
revela su gloria y majestad, con sumo gozo le bendecimos y aclamamos, cantando
el salmo responsorial 103.
Este salmo, es un Himno luminoso y festivo que
ensalza al Señor Yahveh como Rey del Universo. Un poema, que canta la belleza y hermosura de La Creación, tratando
de descubrir al mismo tiempo, que esta obra suya, tan grandiosa y sublime,
sostiene el designio amoroso y divino de su corazón, para con los hombres: la
plenitud de su Gracia y La Sabiduría de su Salvación.
El poema,
se apoya en el relato del Génesis,
capítulo1, lo que demuestra, que su composición es reciente, en torno al Exílio
o al inmediato posexílio
Comienza el poema invitándose el salmista
a alabar y bendecir al Señor Yahveh, su Dios, admirando su grandeza, las
cualidades divinas que le adornan y la
luz salvadora que se desprende de todo su ser, y que llena el horizonte espacial
de hermosura y claridad
Bendice
alma mía, al Señor,
¡Dios
mío, qué grande eres!
Te
vistes de bellaza y majestad,
la
luz te envuelve como un manto.
Desde el cielo, donde Yahveh tiene su morada,
se deleita y complace en su maravillosa
obra, ejerciendo su reinado y poder como dueño y Señor de lo que existe. Toda
la creación es como su palacio real, y, su Señorío Universal es único e inigualable,
porque en su soberanía lo gobierna todo
con equilibrio y suavidad:
Extiendes
los cielos como una tienda,
construyes
tu morada sobre las aguas;
las
nubes te sirven de carroza,
avanzas
en las alas del viento;
loa
vientos te sirven de mensajeros
el
fuego llameante, de ministro
Reconoce el orante, que todas las obras de Dios
son magníficas, que su sabiduría no tiene límites, que sus paisajes son pura
bellezas y de fuerte colorido. Y que, además, la tierra está llena de sus criaturas a las que sustenta y
da vida con su amorosa providencia:
Cuántas
son tus obras, Señor,
y
todas las hiciste con sabiduría;
la
tierra está llena de tus criaturas.
Ahí
está el mar: ancho y dilatado,
en él
bullen, sin número,
animales
pequeños y grandes.
.
Y exclama: Tú solo, Señor, puedes conservarlo
todo con solicitud, ya que nunca abandonas nada y das seguridad y
firmeza a cuanto existe, pues lo amas todo, y con ternura, lo cuidas y proteges.
¡Qué grande eres, Señor!
Todos
ellos aguardan
a que
les eches comida a su tiempo:
se la
echas, y la atrapan;
abres
tu mano, y se sacian de bienes.
Todos los vivientes dependen de la bondad de Dios, de su mano
abierta y generosa, y de su aliento
vivificador. Verdaderamente su ESPÍRITU REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA:
Escondes
tu rostro, y se retiran;
les
retiras tu aliento, y expiran
y
vuelven a ser polvo;
envías
tu aliento, y los creas,
y
repueblas la faz de la tierra.
Y, es el
mismo ESPIRITU divino recibido del Padre, el que actúa en Jesús, Nuestro Mesías
Salvador. Por lo que, todas las
lecturas litúrgicas de esta celebración realzan la manifestación de la gracia y
la gloria que posee por ser HIJO DE DIOS:
Isaías
lo preanuncia, anticipadamente, como un mensaje de liberación: “Consolad,
consolad a mi pueblo ya que Dios nunca lo ha abandonado. No temas Jerusalén
aquí está vuestro Dios que llega con poder”.
También,
S, Pablo nos lo recuerda: “Ha aparecido
la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres. Y el Padre
Eterno lo confirma cuando hace resonar su voz desde el cielo: “ESTE ES MI HIJO,
EL AMADO, EL PREDILECTO”
De igual manera, por el Bautismo, hemos sido
hechos uno con Cristo, por El, somos Hijos de Dios, Herederos de su gloria y podemos
llamar a Dios Padre. Y, el ESPÍRITU que se nos comunica y viene en nuestra
ayuda, nos hace miembros de La Iglesia,
nos infunde la fe, nos abre horizontes de esperanza y nos ayuda a vivir
fieles en el seguimiento de Jesús, amando a los más pobres, haciendo siempre el
bien a los que nos rodean y viviendo sumamente agradecidos a nuestro Padre del Cielo.
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