sábado, 5 de septiembre de 2015

Domingo XXIII- B


DOMINGO XXIII DEL T. ORDINARIO - B



                                        ALABA, ALMA MÍA, AL SEÑOR

                                        Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P


                    La Bondad de Dios y su Salvación,  se manifiestan y celebran en las obras de misericordia que realiza en  favor de sus criaturas, los hombres, y de manera  especial en la atención y predilección  que tiene con  los más débiles y pobres.

                    El salmo 145 describe y reconoce a este Dios, y lo alaba y ensalza  con sentimientos de gratitud y de confianza.  Es un “himno de alabanza al Señor, Yahveh, creador del universo y defensor de los oprimidos” Pertenece al grupo de los “salmos aleluyáticos” y contiene enseñanzas sapienzales. Tiene en cuenta, además, la situación de dificultad y olvido  que vive Israel en el posexílio,  en la que se dejaba oír la voz del profeta Isaías: “NO TEMÁIS. MIRAD A VUESTRO DIOS QUE VIENE EN PERSONA Y OS SALVARÁ”.                              

Alaba, alma mía, al Señor:
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

                    Estos sentimientos del Dios, Yahveh, nos muestran su cercanía y su compasión, y  nos aseguran, que tiene entrañas maternas y un corazón lleno de ternura y amor, capaz de conmoverse ante toda necesidad, desgracia y sufrimiento:

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.

                    También nos recuerda el salmo, que el amor compasivo y misericordioso de Dios, no solo libera a sus fieles de toda penuria, injusticia y dificultad, sino que, al mismo tiempo, revitaliza a la persona, la sana, la trasforma, y le hace sentir su amor y protección:

El Señor sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

                   Y tiene muy en cuenta, el israelita, de señalar  que, obrando Yahveh de esta manera, su reinado está establecido eternamente en la justicia y en la prosperidad para todos los pueblos,  por lo que no puede menos que alabarle y bendecirle desde Sión, su monte santo, donde tiene su tono y desde donde gobierna el universo.

                    Y, esta salvación de Dios, se hace realidad más definitiva y plena en Cristo Jesús; que en su vida se manifestó siempre de parte de los más pobres y débiles, a los que amaba con predilección. Su salvación se hacía visible sanando a los enfermos, devolviendo la vista a los ciegos y el oído a los sordos:

                    “…apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: -EFFETÁ (esto es ÁBRETE). Y al momento SE LE ABRIERON LOS OÍDOS, SE LE SOLTÓ LA TRABA DE LA LENGUA Y HABLABA SIN DIFICULTAD”

                    También, su salvación se hacía visible, liberando de la esclavitud a los oprimidos;  y perdonando y amando a todos, hasta entregar su vida en la muerte de Cruz. Por eso, la gente que le seguía pudo exclamar: “Todo lo ha hacho bien”.

                    Teniendo a Cristo Jesús, como guía y maestro,  atraídos por su ejemplo, y viviendo en su seguimiento,  todos nosotros, los cristiano, hemos de hacer nuestros sus mismos sentimientos de ternura y compasión, para con todos los demás, unidos a  su obra salvadora; es decir, construyendo el Reino de Dios, que es lo mismo que hacer un mundo mejor y más habitable para todos.

                    Y esto, solo lo conseguiremos,  viviendo y practicando las obras de misericordia, las que el mismo Dios practicó; las que proclamó Jesús en el sermón del monte, y por las que un día nos premiará el Padre celestial, haciéndonos participar para siempre de su misma gloria.

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