viernes, 29 de mayo de 2015

Santísima Trinidad- B


SANTÍSIMA TRINIDAD 

DICHOSA LA NACIÓN CUYO DIOS ES EL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P


                    Alabamos con júbilo  gozoso a Dios, Señor nuestro, que se nos manifiesta como PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO, en la gran solemnidad de la SANTÍSIMA TRINIDAD, a la que adoramos con alabanzas de gratitud, después de haber celebrado la RESURRECCIÓN DE CRISTO JESÚS y de habernos sido transmitido el ESPÍRITU, presencia que nos incorpora como hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza, a este gran  misterio de vida, de conocimiento y de amor.

                    Y, cantamos y adoramos a  nuestro DIOS, UNO y TRINO, trascendente y cercano, omnipotente y misericordioso, justo y condescendiente, principio y fin de todas las cosas, con el salmo 32,  himno de acción de gracias a Yahveh, por su acción creadora y providente, como resultado de su inmensa grandeza y poder. Y, después de una invitación festiva y solemne –así comienza el salmo- el orante describe el motivo que ha de  movernos a tan alegre alabanza:

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
El ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

                    Dios se nos da como PALABRA y como ESPÍRITU. Mas, su Palabra, es tan firme, tan límpida, eficaz y creadora, que nunca torna a Él vacía, sino que realiza su querer y da consistencia a todo lo creado. Y, su Espíritu, que es don y vida, hace que, también, se cumplan sus designios de justicia y derecho sobre la tierra, frutos de su amor y misericordia para con todos:
            
La palabra del Señor hizo el cielo,
el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque Él lo dijo y existió,
Él lo mandó y surgió.

                    “Por medio de la Palabra se hizo todo” (Jn 1,3) El salmista va recordando cómo, Yahveh,  fue creando el universo, y cómo, las cosas,  iban surgiendo de la nada con   poder  de evolucionar y  perfeccionarse. Demostrando el orante,  de esta manera y desde su fe, que solo es posible la vida donde sopla el aliento de Dios, pues, el  Espíritu, llena la tierra de alegría y de bondad, y, que, por lo mismo, donde falta el Espíritu  solo hay nada  y  vacío:

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

                    Es un reconocimiento de que, Dios, no se encierra en su grandeza. Siendo el Trascendente se nos hace cercano y fiel,  y se da a conocer por su lealtad y su misericordia, atributos semejantes a los que el hombre estima y  puede poseer; por lo que, se nos manifiesta, con  ternura y amor, en los peligros más acuciantes de la vida, para salvarnos en todo momento y llenarnos de seguridad y de confianza:

Nosotros aguardamos al Señor:
Él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

                                Como el salmista  que ora y canta el salmo, al igual que todo  el pueblo de Israel, también,  nosotros, debemos  rezarlo con el mayor fervor posible,  ya que, nos consideramos de la nación que se siente dichosa teniendo a Dios por Señor.

                               Y, para que nuestro gozo aumente, si cabe, tengamos presente, además, sus muchas manifestaciones en orden a nuestra salvación, para recordarlas y agradecerlas siempre:
                                Es el  Dios Comunión, que nos acoge con amor y nos hace partícipes de su misma vida.
                                Es el Dios, que, por nosotros y para nuestra salvación, envía a su propio Hijo, el Verbo Divino, para  que, tomando nuestra carne y haciéndose como uno de nosotros,  fuera nuestro hermano.
                                Es el  Dios que, después de resucitar gloriosamente a su Hijo Jesús, nos envía el Espíritu, que llevará a plenitud su obra, habitando en nuestro interior y en el corazón de cada cosa y de cada acontecimiento, convirtiendo, de esta manera, nuestro mundo, toda la tierra junto con el cielo, en el nuevo santuario, donde reside su gloria y majestad, y donde se alza siempre un grito jubiloso de alabanza y de adoración al DIOS UNO y TRINO:

PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.


Por los siglos. Amén.

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