DOMINGO V DE PASCUA - B
EL SEÑOR ES MI ALABANZA EN LA GRAN
ASAMBLEA
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
La alabanza comunitaria -hoy diríamos la alabanza litúrgica- es la que más agrada a Dios y la que le da
más gloria; es la que se hace en nombre de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, y
la que preside el Espíritu Santo. En esta alabanza, se expresa mejor la fe,
que, unida a la de otros creyentes,
crece y se enriquece para bien propio y de todos, pues: “Donde dos o tres están
reunidos en mi nombre allí estoy yo en
medio de ellos”.
Es lo que pensaba y hacía el israelita, que reza el salmo 2l en acción
de gracias, ya que, desea cumplir su promesa al Señor por los beneficios
recibidos de su bondad, sintiéndose acompañado y apoyado de otros fieles, que
considera hermanos suyos, porque, también ellos, aman y conocen
a Yahveh, y experimentan su fidelidad y
salvación cuando le invocan:
Cumpliré mis votos delante de
sus fieles
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre,
Seguidamente, el salmista anuncia, que no solo las
bendiciones de Yahveh serán para
Israel, su pueblo elegido, sino que, también, lo serán para las demás naciones,
que se beneficiarán de su promesa salvadora, por lo que toda la humanidad
alabará su santo nombre:
Lo recordarán y volverán al
Señor
hasta de los confines de la tierra;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la
tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo
También, el salmista, sumamente agradecido, porque Yahveh le ha sanado de su enfermedad y le ha liberado de
la opresión en que vivía, ya sólo quiere vivir para contar sin cesar su
bondad y su justicia, para que, de esta manera, reconocida su fidelidad, pueda ser cantada por todos:
Me hará vivir para él, mi descendencia lo
servirá,
hablará del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de
nacer:
todo lo que hizo el Señor
Pero, la bendición por
excelencia, otorgada por Dios a la humanidad, nos la ha concedido en su HIJO,
CRISTO JESÚS, nuestra RESURRECCIÓN y nuestra VIDA, el que ha llevado a plena
realización, con su entrega y amor, la promesa de SALVACIÓN de Dios, nuestro
Padre.
También es, JESUCRISTO, EL SEÑOR, el que, con su victoria, ha
transformado el mundo en el REINADO DE DIOS;
el que se ha convertido en el núcleo de unión y de vida de todos sus
seguidores, y, también, de todos los hombres.
Y es, Jesucristo, el que nos
dice hoy: “YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS; EL QUE PERMANECE EN MÍ Y YO
EN ÉL, ESE DA FRUTO ABUNDANTE”.
Palabras evangélicas, hermosas y de hondo contenido, que indican que, entre
Jesucristo y nosotros se ha establecido
una comunión de vida gozosa, que nos capacita para dar FRUTOS DE
RESURRECCIÓN. Son frutos de vida eterna, que haremos reales y visibles, si, con
nuestra fe, nos manifestamos como testigos valientes del RESUCITADO, capaces de
comunicar alegría y de anunciar la
verdad evangélica.
También daremos frutos de resurrección si somos, en un mundo donde hay victimas inocentes y
mucho sufrimiento, el consuelo eficaz que sana, anima y da motivos de esperanza, con capacidad de transformar la
cultura de muerte que nos inunda, en cultura de vida y de felicidad.
Y, también podremos dar frutos
de resurrección, si somos para los
demás, como el amor que lo transforma todo en gozo, porque sabe comunicar al
mundo los valores eternos, como son la
paz y la justicia, la concordia y la reconciliación, la verdadera fraternidad...
Solo así se conseguirá la Vida nueva
del Reino, la Nueva Creación, toda ella
invitada a una alabanza, continua y
alegre, a su Creador y Señor.
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