sábado, 2 de mayo de 2015

Domingo V de Pascua


DOMINGO V DE PASCUA - B

EL SEÑOR ES MI ALABANZA EN LA GRAN ASAMBLEA

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    La alabanza comunitaria -hoy diríamos la alabanza litúrgica-  es la que más agrada a Dios y la que le da más gloria; es la que se hace en nombre de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, y la que preside el Espíritu Santo. En esta alabanza, se expresa mejor la fe, que, unida a la de otros  creyentes, crece y se enriquece para bien propio y de todos, pues: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy  yo en medio de ellos”.

                    Es lo que pensaba y hacía el israelita, que reza el salmo 2l en acción de gracias, ya que, desea cumplir su promesa al Señor por los beneficios recibidos de su bondad, sintiéndose acompañado y apoyado de otros fieles, que considera  hermanos  suyos, porque, también ellos, aman y conocen a Yahveh,  y experimentan su fidelidad y salvación cuando le invocan:

Cumpliré mis votos delante de sus fieles
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre,

                    Seguidamente,  el  salmista anuncia, que no solo las bendiciones de Yahveh  serán para Israel, su pueblo elegido, sino que, también, lo serán para las demás naciones, que se beneficiarán de su promesa salvadora, por lo que toda la humanidad alabará su santo nombre:

Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines de la tierra;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo
       
                    También, el salmista, sumamente agradecido,  porque Yahveh le ha sanado de su enfermedad y le ha liberado de la opresión en que vivía, ya sólo quiere vivir para  contar sin cesar  su bondad y su justicia, para que, de esta manera,  reconocida su fidelidad, pueda ser cantada por todos:

Me hará vivir para él, mi descendencia lo servirá,
hablará del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor

                    Pero, la bendición por excelencia, otorgada por Dios a la humanidad, nos la ha concedido en su HIJO, CRISTO JESÚS, nuestra RESURRECCIÓN y nuestra VIDA, el que ha llevado a plena realización, con su entrega y amor, la promesa de SALVACIÓN de Dios, nuestro Padre.

                    También es, JESUCRISTO, EL SEÑOR, el que, con su victoria, ha transformado el mundo en el REINADO DE DIOS;  el que se ha convertido en el núcleo de unión y de vida de todos sus seguidores, y, también, de todos los hombres.

                    Y es, Jesucristo, el  que nos dice hoy: “YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS; EL QUE PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL, ESE  DA FRUTO ABUNDANTE”. Palabras evangélicas, hermosas y de hondo contenido, que indican que, entre Jesucristo y nosotros se ha establecido  una comunión de vida gozosa, que nos capacita para dar FRUTOS DE RESURRECCIÓN. Son frutos de vida eterna, que haremos reales y visibles, si, con nuestra fe, nos manifestamos como testigos valientes del RESUCITADO, capaces de comunicar alegría y de anunciar  la verdad evangélica.
       
                    También daremos frutos de resurrección si somos,  en un mundo donde hay victimas inocentes y mucho sufrimiento, el consuelo eficaz que sana, anima  y da motivos de esperanza, con capacidad de transformar la cultura de muerte que nos inunda, en cultura de vida y de felicidad.


                     Y, también podremos dar frutos de resurrección, si somos  para los demás, como el amor que lo transforma todo en gozo, porque sabe comunicar al mundo  los valores eternos, como son la paz y la justicia, la concordia y la reconciliación, la verdadera fraternidad... Solo así se conseguirá  la Vida nueva del Reino,  la Nueva Creación, toda ella invitada a una alabanza,  continua y alegre, a su Creador y Señor. 

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