lunes, 6 de abril de 2015

Viernes Santo

VIERNES  SANTO

PADRE, A TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU
Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.

                    Nos conmueve hondamente escuchar y meditar las palabras que, el evangelista Lucas, pone en labios de Jesús en el momento de expiar en la cruz: PADRE, A TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU. La vida de Jesús, su verdad, su amor entregado ha llegado a ser plenitud, que Dios Padre recibe, abraza, y transforma en salvación para la humanidad y todo lo creado.

                    Y, este Misterio de donación y dolor, se celebra solemnemente hoy, VIERNES SANTO, en el que adoramos la CRUZ REDENTORA DEL MESÍAS JESÚS. Es también Día de Gracia y de agradecimiento: nuestro Redentor y Salvador, ha transformado el pecado, el mal, la iniquidad del mundo, y el miedo que se tenía a la muerte.

                    Y con suma gratitud, meditamos y oramos el salmo 30, del que están tomadas las palabras de Jesús en el momento cumbre de su abandono en los brazos amorosos del Padre.

                    El salmo narra la experiencia de fe, de un inocente, que se ve calumniado y perseguido atrozmente por sus enemigos, pero que, en su dolor y humillación, sabe suplicar a su Dios Yahvéh, del que, esta seguro, que siempre atiende, protege y salva a cuantos le invocan:

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.

                    El salmista, que ha  confiado plenamente en la salvación de Yahveh, pasa a describir el sufrimiento que le ahoga, con expresiones de carácter lamentatorio, y sirviéndose de  imágenes del vivir sencillo y cotidiano:

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

                    Desde una fe profunda, el salmista sabe que, su Dios Yahvé, por su misma bondad y lealtad para con sus fieles, ha de protegerle, ya que, siempre y únicamente, ha puesto su confianza en Él:

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: “Tú eres mi Dios”.
En tus manos están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

                    Ya liberado de su angustia, el orante prorrumpe en alabanzas a su Dios Yahvéh, e invita a la asamblea a unirse a su acción de gracias y, a poner, siempre, su confianza en él.

Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.
                                   
                    Pero, el sentido escatológico del salmo, nos mueve a contemplar de nuevo la Cruz de Jesús. Desde ella, enseña la verdad a quienes le miramos; y, su verdad salvadora está hecha de donación y de entrega absoluta a Dios y a los hombres, de manera que, todos los cristianos, todos sus seguidores, estamos invitados a vivir como él vivió.

                    Y, mirar a Cristo Jesús, al que ha sido atravesado, es llenar nuestro corazón de deseos de amor y de libertad, para hacer transparente su salvación desde nuestro testimonio de sencillez y pobreza, para gloriarnos sólo de su cruz, para acoger la misericordia y el perdón que irradia su rostro misericordioso y, para besar la llaga de su costado, manantial de gracia divina, siempre abierto a la ternura y a la compasión.

                    Mas, mirar de nuevo a Jesús es sentirse atraído por Él, hasta hacer nuestros sus mismos sentimientos y la verdad de su Vida, amando como Él amó, hasta el extremo, viviendo su justicia y su paz, su predilección por los más pobres y sencillos, su aliento y consuelo para con los enfermos, y su misma comunión de amor con el Padre.
 

                    Adoremos, pues, en silencio “al que en cruz devuelve la esperanza de toda salvación”. A Él honor y gloria por siempre.

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