DOMINGO X DEL T. ORDINARIO - B
DESDE LO HONDO A TÍ GRITO,
SEÑOR
Por Mª Adelina Climent
Cortés O. P.
El Señor, en el que creemos y al que amamos, es un Dios que perdona
siempre con generosidad, que se goza en disimular nuestras culpas y borrar
nuestros pecados, que es fiel como nadie y que siempre nos mira con cariño y
gratitud.
También, nosotros, correspondiendo a su gran misericordia y lealtad que
definen tanto su manera de ser y de comportarse, generando siempre consuelo y
esperanza, debemos bendecirle, con sincero agradecimiento, cantando el
salmo 129.
Este salmo, tan conocido, rezado, y apreciado, tiene su origen en el
período posterior al exilio de Babilonia.
Al poema, se le puede interpretar, como un reclamo vivo y profundo al
Dios que perdona siempre y con gratuidad;
o como una súplica al Señor que, por su bondad, es confesado y amado por
el fiel israelita y todo el pueblo,
pues, se le puede invocar con confianza, y, es digno de ser creído en todo
momento.
Siempre que confesamos a Dios con sinceridad, buscando su amor y perdón
o deseando contemplar su rostro, nuestra oración brota desde el interior de
nuestro ser con fuerza y vehemencia: como queriendo conseguir de Él lo que
tanto nos interesa y deseamos:
Desde lo hondo a ti grito,
Señor:
Señor, escucha mi voz;
estén tus oído atentos
a la voz de mi súplica.
El orante salmista, está persuadido de que, sin el perdón de Yahveh y sin la confianza en su
inmensa bondad, el hombre no puede subsistir; ya que es incapaz, por si mismo,
de superar su egoísmo y su inclinación al mal. Por lo que, este Dios, merece
tanto ser admirado y respetado:
Si llevas cuenta de los
delitos, Señor
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón
y así infundes respeto.
Por eso quiere, el orante, reavivar su esperanza, fruto de su fe en el
Dios, que siempre escucha y complace. El único que puede colmar los deseos de
luz y verdad de su alma y de toda la existencia humana, haciendo que, en la noche de la culpa brille
la claridad radiante de su Palabra:
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la
aurora.
Y no solo el orante, también es todo
Israel el que espera su salvación, como
el centinela la aurora, sabiendo que, solo el Mesías Redentor, puede
hacer realidad La Nueva Alianza querida y anunciada por los profetas. La Vida
Nueva, que llevará a plenitud CRISTO JESÚS, EL MESÍAS SALVADOR, que sin ser
conocido era ya esperado:
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la
misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
Efectivamente, es Cristo Jesús, el que
realizará La Nueva Alianza y la llevará a plenitud con su entrega amorosa,
redimiendo el universo con su muerte y resurrección y haciendo amanecer el día sin ocaso, la aurora
luciente de la mañana. Lo que experimenta, también, el pecador, cuando se
siente acogido y perdonado por el Dios, que lo llena todo con su misericordia
infinita.
Pero, hemos de querer ese perdón amoroso de Dios y procurarlo con todo
el corazón. Así lo insinúa Jesús en el evangelio de este domingo, cuando nos
asegura que, quien blasfema contra el ESPÍRITU SANTO no tendrá perdón jamás:
CARGARÁ CON SU PECADO PARA SIEMPRE. Indicando, que, este pecado no tiene
perdón, precisamente, porque no hay arrepentimiento en el que lo comete, ni
generosa voluntad de sincera conversión.
Agradezcamos a Jesús, en esta Eucaristía, el regalo mejor de su infinita
bondad y misericordia al invitarnos a
su Mesa para comer su Santísimo Cuerpo, y la generosidad de su continuo perdón
y cercanía, siéndole gratos en todo momento,
superando la inclinación al mal que hay en todo ser humano y
ofreciéndole nuestro amor y fidelidad con la esperanza de gozar junto a Él en
la felicidad del Paraíso Celeste.
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