DOMINGO V DEL T. ORDINARIO - B
ALABAD AL SEÑOR QUE SANA
LOS CORAZONES QUEBRANTADOS
Por Mª Adelina Climent Cortés O P.
Si nuestro Dios nos sana y restablece, y, si con su poder crea
el universo, es sin duda “Alguien” muy digno de alabanza, al que debemos siempre amor y agradecimiento.
Es lo que hace el salmo 146, y también, a lo que nos invita.
Estamos ante un poema que pertenece a la serie
de los “salmos aleluyáticos”, de la
época posterior al exilio. Tiene
características de himno, y los versos
escogidos para la celebración eucarística dominical, son un canto gozoso al
Dios que libera y salva a Israel de la esclavitud del destierro y lo reúne en la ciudad de Jerusalén después de restaurarla:
Alabad al Señor que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza
armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.
Comienza el salmo con una invitación alegre y
gozosa a la alabanza acompañada de música armoniosa; es decir, a una alabanza
propia de un corazón unísono, en sintonía siempre con el espíritu, y repleto de
sentimientos humanos y divinos, como son el amor, la bondad, la sinceridad, la
ternura. Se trata, pues, de alabar a Dios desde una fe vivida y cantada: auténtica oración, capaz de expresar a Dios lo más íntimo y hondo del
ser, lo que no se puede decir con palabras.
Pero, Yahveh, no solo libera y salva, sino que sana y está cerca de los
que sufren, penetra en sus vidas y las conforta, despertando en ellos una
profunda fe y esperanza:
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Y, si nuestro Dios tiene virtud para curar y restablecer, es porque, su
poder, es grande y excelso, capaz de saber y conocerlo todo; es el Creador del Universo:
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
De nuevo, el salmista, se fija en cómo Dios actúa con los hombres, a los
que dirige su atención y amor, y, a los
que, también, corrige cuando es mala su conducta:
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.
Los humildes, los pobres, son los que siempre son fieles a Yahveh, y sin desanimarse nunca ante lo
adverso, mantienen firme su esperanza en lo que ha de venir, en las promesas
anunciadas por los profetas a Israel,
aunque vivan en completa servidumbre y olvido. Por eso son amados por Yahveh con predilección.
Dios nos libera, también ahora,
en la persona de Jesús, nuestro Salvador, y con la fuerza de su palabra que es
verdad y vida. Él, siempre y en todo
momento, se acercaba a los hombres de su tiempo, (y también lo hace ahora con
nosotros), para conocer sus necesidades, aliviarlas y curarlas, como nos lo
narra el evangelio. Y, porque, su liberación siempre es Salvación, curaba los cuerpos
de los enfermos y sanaba los espíritus que yacían en tinieblas, a los
que infundía esperanza y deseos de
trascendencia
Más, Jesús, que de madrugada se marchó al descampado y se puso a orar,
cuando Simón y sus compañeros le dijeron: - “TODO EL MUNDO TE BUSCA”, les
respondió: “VAYÁMONOS A OTRA PARTE, A LAS ALDEAS CERCANAS, PARA PREDICAR
TAMBIÉN ALLÍ, QUE PARA ESO HE VENIDO”
Y, estas son, precisamente, las
señales del Reino que inaugura Jesús; el Reino que ya ha comenzado y está
entre nosotros. El Reino que, también, los cristianos, unidos a Jesús y en su
seguimiento, tenemos que llevar a plenitud, eliminando de nuestro mundo el
pecado, el odio, la guerra, la pobreza extrema... con el fin de hacerlo más fraterno y armonioso, mas humano y
habitable, ya que, solo así, todos los hombres podremos aceptar la invitación
del salmo, de alabar a nuestro Dios armoniosamente al son de una música nueva y
buena.
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