DOMINGO XXVII DEL T. ORDINARIO - A
LA VIÑA DEL SEÑOR
ES LA CASA DE ISRAEL
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Dios, que es Amor, que nos mira siempre con
benevolencia y que se nos da hasta el extremo,
también quiere que, los hombres, demos los frutos buenos que proceden de
nuestro interior, cuando está lleno de deseos de sincera conversión. Son frutos
de fe y de amor, de verdad, de justicia y de paz; los frutos que configuran y hacen
posible la realidad del Reino; los que han de perdurar hasta la vida eterna.
Pero, Israel, no dio los
frutos que de él esperaba el Señor, apartándose de los caminos rectos y justos
de Yahveh, el Dios de La Alianza, siempre
fiel y leal a sus promesas salvadoras con su pueblo elegido, como, así
lo relata ISAÍAS, en su precioso
CÁNTICO A LA VIÑA DEL SEÑOR, tan
conmovedor y lleno de ternura.
Consciente Israel de su mala conducta, con el
salmo 79, de lamentación y súplica comunitaria, pide a su Dios, Yahveh, que,
aún sin merecerlo, vuelva a mirarle con simpatía y amor, como lo hizo, cuando
estaba esclavo en Egipto; ya que su misericordia y fidelidad son eternas. Y,
con los mismos deseos de Israel, también
hacemos nuestra, esta súplica confiada: “Que brille, Señor, tu rostro y
nos salve”:
Sacaste,
Señor, una vid de Egipto,
expulsaste
a los gentiles, y la trasplantaste.
Extendió
sus sarmientos hasta el mar
y
sus brotes hasta el Gran Río.
Y, como viña sin amo, sin
protección y sin los cuidados, siempre
tan necesarios del labrador, ha quedado el pueblo de Israel; abandonado y
olvidado de las manos bondadosas de Yahveh, su Dios; como deshecho, hundido hasta
el extremo y presa de la catástrofe que
ahora vive:
¿Por
qué has derribado su cerca,
para
que la saqueen los viandantes,
la
pisoteen los jabalíes
y
se la coman las alimañas?
Pero Israel, acude de
nuevo a Yahveh para recordarle, que sigue siendo su pueblo, su viña y propiedad, de la que nunca ha de olvidarse,
pues siempre, su misericordia y fidelidad son eternas:
Dios
de los ejércitos, vuélvete:
mira
desde el cielo, fíjate,
ven
a visitar tu viña,
la
cepa que tu diestra plantó,
y
que tu hiciste vigorosa.
Y, otra vez insiste Israel, a su Dios y Pastor, Yahveh, para
decirle que, pues nunca puede dejarlos abandonados, acoja complacido la
súplica, que, con tanto fervor y amor han de dirigirle siempre: “Despierta tu
poder, Señor y ven a salvarnos”.
No
nos alejaremos de ti;
danos
vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor
Dios de los ejércitos, restáuranos,
que
brille tu rostro y nos salve.
También, para los
cristianos, que seguimos siendo el pueblo de Dios, nuestro grito de urgencia ha
de ser: ¡Ven, Señor Jesús! Pues Dios,
ha querido restaurarnos y hacer brillar su rostro sobre nosotros en su amado
Hijo, Cristo Jesús, que es nuestra Salvación, el Pastor Bueno, que ha dado su
vida por nosotros y nos va conduciendo, con su paz y alegría, hasta la gloria
del Padre.
Y, si Dios se lamentaba
que, Israel, su pueblo, no había seguido sus caminos de justicia y rectitud.
Ahora, en la plenitud de los tiempos y de la historia, HA CONVERTIDO A CRISTO
JESÚS EN LA PIEDRA ANGULAR, sobre la que se asienta el Reino de Dios, que, con carácter de universalidad, está
abierto a todos sin excepción, superando toda barrera, de raza, lengua o
nación.
Más, si Cristo Jesús, con
su entrega y muerte de Cruz, nos restaura y nos da su resurrección y salvación,
también, en La Eucaristía, donde se nos entrega y le recibimos con amor, es
para nosotros LA VID VERDADERA, de la que nosotros somos sus sarmientos
vivos, injertados en Él, por el que
podemos dar LOS FRUTOS QUE RECLAMA EL REINO,
los de La Vida Eterna.
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