LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU
VOLUNTAD
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR es una fiesta entrañablemente hermosa, repleta
de alegría y optimismo, en la que celebramos LA ENCARNACIÓN DEL VERBO, EL HIJO
UNIGÉNITO DE DIOS, EN EL SENO DE LA VIRGEN MARÍA; lo que nos mueve a cantar y
meditar el salmo 39, para alabar,
bendecir y estar agradecidos a nuestro
Padre Dios, por su gran don y regalo, por su “Sí” gratuito dado a María y, con Ella,
a todos nosotros; y por el “Si” consentido y fecundo de María a su voluntad,
que hace posible se nos abran las puertas de La Salvación.
El salmo 39, cuyo origen es de los tiempos del
exilio, en su primera parte, es un himno de acción de gracias, y, expone, que
el mejor sacrificio de alabanza que se puede ofrecer a Yahveh, el Dios de
Israel y de La Alianza, por ser el que más le agrada, acepta y satisface, es la entrega personal y total de
la propia voluntad del orante, desde la fe, el amor y la confianza, a su
proyecto de amor y salvación; ya que, esto, es lo único que le puede santificar
y no el ofrecimiento de los bienes materiales, ni los sacrificios de culto. Y, esta ofrenda auténtica del
salmista a su Dios y Señor, es, lo que
ha hecho posible su total liberación y salvación:
Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio.
Entonces yo digo: “Aquí estoy”.
El salmista expresa agradecido que, si Yahveh, su Dios, ha actuado con
tanta generosidad a su favor, él, por
su parte, también ha de corresponderle
con el mejor de los sacrificios; es decir, con el fiel cumplimiento de La Ley,
la que consta en su libro y lleva
guardada en el interior del corazón:
Como está escrito en mi libro:
“Para hacer tu voluntad”.
Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.
El salmista, además, quiere expresar públicamente su gratitud a Yahveh,
por manifestarse siempre fiel a su Alianza, con su salvación, su misericordia y
su lealtad. Y, lo hace con el testimonio de su propia vida, obrando justa y
honradamente y, también, con el de su alabanza, para que, de esta manera, su
nombre pueda ser reconocido y proclamado por toda la asamblea:
He proclamado tu
salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.
No he guardado en el pecho tu
defensa,
he contado tu fidelidad y tu
salvación,
no he negado tu misericordia y tu
lealtad,
ante la gran asamblea.
Y, la carta a los Hebreos, toma
de este salmo las palabras que pone en boca de Jesús al nacer: “Tú no quieres
sacrificios ni ofrendas, entonces yo dije: Aquí estoy para hacer tu voluntad”
Palabras que comienzan a hacerse realidad en el mismo momento de la anunciación
de su encarnación a María Santísima y que, guardan armonía, con las que
pronuncia La Virgen cuando, después de
recibir el mensaje del ángel Gabriel: “CONCEBIRÁS EN TU VIENTRE Y DARÁS
A LUZ UN HIJO, Y LE
PONDRÁS POR NOMBRE JESÚS”, contesta: “AQUÍ ESTÁ LA ESCLAVA DEL SEÑOR, HÁGASE EN MÍ
SEGÚN TU PALABRA”.
Palabras que, Cristo Jesús cumple plenamente, en el momento culmen
de su entrega total y definitiva en el sacrificio de la Cruz: “Todo está
cumplido” y, seguidamente, muriendo y
resucitando en obediencia amorosa al Padre, con el fin de realizar la salvación del género humano.
Que, como La Virgen María y Cristo Jesús, su hijo y nuestro hermano
mayor, sepamos nosotros, recibir y
acoger el “Sí” salvador de Dios, respondiendo también, con nuestro “sí” total,
a lo largo de nuestra vida.
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