lunes, 4 de abril de 2016

La anunciación del Señor


LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR es una fiesta entrañablemente hermosa, repleta de alegría y optimismo, en la que celebramos LA ENCARNACIÓN DEL VERBO, EL HIJO UNIGÉNITO DE DIOS, EN EL SENO DE LA VIRGEN MARÍA; lo que nos mueve a cantar y meditar  el salmo 39, para alabar, bendecir  y estar agradecidos a nuestro Padre Dios, por su gran don y regalo, por su “Sí” gratuito dado a María y, con Ella, a todos nosotros; y por el “Si” consentido y fecundo de María a su voluntad, que hace posible se nos abran las puertas de La Salvación.

                    El salmo 39, cuyo origen es de los tiempos del exilio, en su primera parte, es un himno de acción de gracias, y, expone, que el mejor sacrificio de alabanza que se puede ofrecer a Yahveh, el Dios de Israel y de La Alianza, por ser el que más le agrada, acepta y  satisface, es la entrega personal y total de la propia voluntad del orante, desde la fe, el amor y la confianza, a su proyecto de amor y salvación; ya que, esto, es lo único que le puede santificar y no el ofrecimiento de los bienes materiales, ni  los sacrificios de culto. Y, esta ofrenda auténtica del salmista  a su Dios y Señor, es, lo que ha hecho posible su total liberación y salvación: 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio.
Entonces yo digo: “Aquí estoy”.
             
                    El salmista expresa agradecido que, si Yahveh, su Dios, ha actuado con tanta generosidad a su favor, él,  por su parte, también  ha de corresponderle con el mejor de los sacrificios; es decir, con el fiel cumplimiento de La Ley, la que consta en su libro y  lleva guardada en el interior del corazón: 

Como está escrito en mi libro:
“Para hacer tu voluntad”.
Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.

                    El salmista, además, quiere expresar públicamente su gratitud a Yahveh, por manifestarse siempre fiel a su Alianza, con su salvación, su misericordia y su lealtad. Y, lo hace con el testimonio de su propia vida, obrando justa y honradamente y, también, con el de su alabanza, para que, de esta manera, su nombre pueda ser reconocido y proclamado por toda la asamblea:

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.

No he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia y tu lealtad,
ante la gran asamblea.

                    Y, la carta a los Hebreos, toma de este salmo las palabras que pone en boca de Jesús al nacer: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, entonces yo dije: Aquí estoy para hacer tu voluntad” Palabras que comienzan a hacerse realidad en el mismo momento de la anunciación de su encarnación a María Santísima y que, guardan armonía, con las que pronuncia La Virgen cuando, después de  recibir el mensaje del ángel Gabriel: “CONCEBIRÁS EN TU VIENTRE Y DARÁS A LUZ UN HIJO,  Y LE
PONDRÁS POR NOMBRE JESÚS”,  contesta: “AQUÍ ESTÁ LA ESCLAVA DEL SEÑOR, HÁGASE EN MÍ SEGÚN  TU PALABRA”.

 Palabras que, Cristo Jesús cumple plenamente, en el momento culmen de su entrega total y definitiva en el sacrificio de la Cruz: “Todo está cumplido” y, seguidamente,  muriendo y resucitando en obediencia amorosa al Padre, con el fin de realizar  la salvación del  género humano.


                    Que, como La Virgen María y Cristo Jesús, su hijo y nuestro hermano mayor, sepamos  nosotros, recibir y acoger el “Sí” salvador de Dios, respondiendo también, con nuestro “sí” total, a lo largo de nuestra vida.

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