DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
TÚ ERES MI
REFUGIO; ME RODEAS DE CANTOS DE LIBERACIÓN
Sor
Mª Adelina Climent Cortés O. P.
El que puede decir a Dios
“Tú eres mi refugio” y en sus brazos se siente seguro, amado y rodeado de
“cantos de liberación”... El que se experimenta acogido de esta manera y
salvado de sus angustias, necesariamente tiene deseos de entonar un canto de
gratitud al Dios, que ha sido tan
misericordioso con él.
Así lo hace el cantor
israelita que ora el salmo 31, atribuido a David. Es un himno de acción de
gracias y de oración confiada a Yahveh,
que sana y libera al que le invoca con sinceridad. Pertenece a la época
del exílio y contiene sentimientos y expresiones sapienciales.
Al cantar este poema, como
salmo responsorial en la eucaristía dominical, hemos de sentirnos movidos a
tomar conciencia del amor
misericordioso de nuestro Padre Dios,
manifestado en Cristo Jesús, salvador nuestro, y, despertar, en nosotros, un
sincero agradecimiento hacia Él:
Dichoso
el que está absuelto de su culpa,
a
quien le han sepultado su pecado;
dichoso
el hombre a quien el señor
no
le apunta el delito.
El orante salmista, que se
encontraba enfermo y muy preocupado a causa de sus pecados, ahora se siente dichoso
y bienaventurado, por el perdón recibido de Dios. Un perdón, además, tan
generoso, tan grande y tan lleno de misericordia, que es capaz de hacer
desaparecer la culpa de manera absoluta, ya que, al no apuntar Dios, el pecado,
queda completamente olvidado y, como si nunca se hubiese cometido.
De nuevo, sigue el
israelita cantando su experiencia y señalando las razones que la han hecho
tan liberadora:
Había
pecado, lo reconocí
no
te encubrí mi delito,
propuse:
“confesaré al Señor mi culpa”,
y
tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Sabe el orante, que el
reconocimiento de su pecado, junto con la valentía de confesarlo con humildad a
Yahveh, ha sido definitivo para conseguir su perdón, no sólo por el hecho de
confesarlo y encontrar la liberación psicológica de la culpa, sino, porque, al
hacerlo, ha actuado su Gracia y Misericordia, inclinada siempre a liberar y
salvar al que, en toda ocasión, le busca y confía en Él.
Más, después de contar su
experiencia de perdón, el salmista pronuncia una exhortación invitando a la
asamblea a alegrarse con el Señor, capaz de sanar el cuerpo y el espíritu de
los que se sienten afligidos y quieren ser liberados.
Alegraos,
justos, con el Señor,
aclamadlo,
los de corazón sincero.
En los tiempos nuevos que
ahora vivimos, la misericordia de Dios y su perdón, se manifiestan de manera
plena y nueva en su hijo Cristo Jesús, al iniciar su misión salvadora que abre
y pone en marcha el Reino. Así, vemos en el Evangelio, cómo Jesús consuela a
los pobres y afligidos, a los marginados de su tiempo: los leprosos, también
considerados pecadores, (los que, en nuestra cultura, podrían ser los enfermos de sida y los que sufren la
drogadicción, por ser los marginados y abandonados de nuestra sociedad...) Es
más, Jesús, acogiendo a los pecadores para llenar sus espíritus de luz y de
verdad evangélica, consigue salvar al hombre en su integridad, hasta
transformarlo en una criatura nueva, en auténtico hijo de Dios.
Verdaderamente, todos los
creyentes, todos los que intentamos buscar a Jesús y vivir en su seguimiento,
podemos y debemos estar agradecidos a su Salvación, tan necesitados siempre de ella, y, con el salmista, rezar y
cantar con júbilo y felicidad:
Tú,
Señor, eres mi refugio;
me
rodeas de cantos de liberación.
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