SANTÍSIMA TRINIDAD
SEÑOR, DUEÑO NUESTRO,
QUE ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN TODA LA
TIERRA
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
El nombre de nuestro Dios,
que tanto nos ama, y al que debemos amar sobre todas las cosas, es PADRE, HIJO
y ESPÍRITU SANTO, pues, se nos ha revelado y revela en la plenitud de su ser
personal, como PADRE, que, con su sabiduría y verdad engendra al HIJO, Palabra
encarnada, con la que crea y vivifica todo el universo; y, como ESPÍRITU de Amor,
que plenifica lo creado, llevando a cabo su gran obra de salvación y
santificación. Y, a este DIOS, UNO y TRINO, contemplamos y aclamamos hoy, de
manera solemne y festiva, con el salmo 8, que, con características de himno,
canta con gozo y agradecimiento la
majestad del Dios, Yahveh, en su creación, y la dignidad del hombre sobre todo
lo creado:
¡Señor, dueño nuestro,
qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!
El yahvista, escritor, que sabe contemplar con asombro, la
grandeza y majestad de Yahveh en la bellaza y armonía de todo lo creado, obra
de su sabiduría y amor, se admira aún más, cuando descubre la encumbrada
situación en que Dios ha colocado al hombre, al hacerlo a imagen y semejanza
suya y, por lo tanto, superior a todo lo creado, ya que, tiene capacidad de
conocer y amar, y de crecer y superarse hasta llegar a su meta definitiva, que
es participar de la misma vida divina, y de su comunión de relación y amor.
Admiración grande y profunda la del orante, que le lleva a preguntarse, con
tanto interés, ¿por qué, Dios, así lo ha querido?
Cuando contemplo el cielo, obra de
tus dedos,
la luna y las estrellas que has
creado,
¿qué es el hombre, para que te
acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste poco inferior a los
ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Así, pues, esta dignidad
del hombre le viene del mismo Dios, pues, a diferencia del resto de lo creado,
el ser del hombre es natural y sobrenatural, lo que le hace superior a las
demás criaturas, y ser el centro del universo, hasta el punto de converger todo
hacia él. También, porque el fin del hombre en esta vida es: amar, bendecir, y
servir a Dios, por encima de todas las cosas:
Todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaño de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del
mar,
que trazan sendas por el mar.
Y, esta dignidad que tiene
el hombre, es fruto del inmenso amor que el Padre nos tiene, hasta querer que
Jesucristo, su Hijo, se hiciese hombre, semejante en todo a nosotros, menos en
el pecado. Y, es Jesucristo, el que nos ha elevado, con su resurrección
gloriosa, no sólo sobre el universo de todo lo creado, sino hasta el mismo
Dios, para incorporarnos a su misma vida de conocimiento y amor; por lo que ya,
desde ahora, en nuestra vida terrena, podemos experimentar su cercanía y entrar
en diálogo continuo con Él. Y, porque hemos sido reengendrados en Cristo Jesús,
que es nuestra cabeza, y en el Espíritu, que es nuestra alma, podemos rezar y
llamar Padre, a Dios.
Este destino de vida en
comunión con EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO, ha de capacitarnos,
también, para vivir en comunión de vida y de amor, con todos nuestros hermanos,
los hombres, iguales, y, al mismo tiempo, diferentes entre sí, pero unidos en
la diversidad con la que hemos sido creados y que, nos caracteriza como
personas. Y, vivir en comunión con los hermanos, se traduce en considerarnos
unos a otros con amor y respeto, teniendo en cuenta la dignidad de cada uno,
sus derechos personales, y la meta a la que todos los hombres estamos
destinados: participar de la misma VIDA TRINITARIA DE DIOS, al que ya, desde
ahora, tributamos: HONOR, GLORIA Y ALABANZA
por los siglos. Amen.
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