viernes, 20 de mayo de 2016


SANTÍSIMA TRINIDAD

SEÑOR, DUEÑO NUESTRO,
QUE ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN TODA LA TIERRA

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    El nombre de nuestro Dios, que tanto nos ama, y al que debemos amar sobre todas las cosas, es PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO, pues, se nos ha revelado y revela en la plenitud de su ser personal, como PADRE, que, con su sabiduría y verdad engendra al HIJO, Palabra encarnada, con la que crea y vivifica todo el universo; y, como ESPÍRITU de Amor, que plenifica lo creado, llevando a cabo su gran obra de salvación y santificación. Y, a este DIOS, UNO y TRINO, contemplamos y aclamamos hoy, de manera solemne y festiva, con el salmo 8, que, con características de himno, canta con gozo y  agradecimiento la majestad del Dios, Yahveh, en su creación, y la dignidad del hombre sobre todo lo creado:

¡Señor, dueño nuestro,
qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

                    El yahvista, escritor, que sabe contemplar con asombro, la grandeza y majestad de Yahveh en la bellaza y armonía de todo lo creado, obra de su sabiduría y amor, se admira aún más, cuando descubre la encumbrada situación en que Dios ha colocado al hombre, al hacerlo a imagen y semejanza suya y, por lo tanto, superior a todo lo creado, ya que, tiene capacidad de conocer y amar, y de crecer y superarse hasta llegar a su meta definitiva, que es participar de la misma vida divina, y de su comunión de relación y amor. Admiración grande y profunda la del orante, que le lleva a preguntarse, con tanto interés, ¿por qué, Dios, así lo ha querido?

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
 le diste el mando sobre las obras de tus manos.

                    Así, pues, esta dignidad del hombre le viene del mismo Dios, pues, a diferencia del resto de lo creado, el ser del hombre es natural y sobrenatural, lo que le hace superior a las demás criaturas, y ser el centro del universo, hasta el punto de converger todo hacia él. También, porque el fin del hombre en esta vida es: amar, bendecir, y servir a Dios, por encima de todas las cosas:

 Todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaño de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.

                    Y, esta dignidad que tiene el hombre, es fruto del inmenso amor que el Padre nos tiene, hasta querer que Jesucristo, su Hijo, se hiciese hombre, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Y, es Jesucristo, el que nos ha elevado, con su resurrección gloriosa, no sólo sobre el universo de todo lo creado, sino hasta el mismo Dios, para incorporarnos a su misma vida de conocimiento y amor; por lo que ya, desde ahora, en nuestra vida terrena, podemos experimentar su cercanía y entrar en diálogo continuo con Él. Y, porque hemos sido reengendrados en Cristo Jesús, que es nuestra cabeza, y en el Espíritu, que es nuestra alma, podemos rezar y llamar Padre, a Dios.


                    Este destino de vida en comunión con EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO, ha de capacitarnos, también, para vivir en comunión de vida y de amor, con todos nuestros hermanos, los hombres, iguales, y, al mismo tiempo, diferentes entre sí, pero unidos en la diversidad con la que hemos sido creados y que, nos caracteriza como personas. Y, vivir en comunión con los hermanos, se traduce en considerarnos unos a otros con amor y respeto, teniendo en cuenta la dignidad de cada uno, sus derechos personales, y la meta a la que todos los hombres estamos destinados: participar de la misma VIDA TRINITARIA DE DIOS, al que ya, desde ahora, tributamos: HONOR, GLORIA Y ALABANZA  por los siglos. Amen. 

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