Domingo III del Tiempo Ordinario
SEÑOR, INSTRUYEME EN TUS SENDAS
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
Poder confiar en alguien es consolador; pero poner la confianza en Dios
es poseer gran sabiduría, ya que permite vivir en comunión con Él, que ama y
confía también, en los que esperan en su misericordia. Además, esta confianza,
es plena seguridad de que, lo deseado lo tenemos ya conseguido. También, la
gran generosidad de Dios, despierta en
sus fieles lealtad y agradecimiento.
Un ejemplo de sabiduría y confianza en Dios es el salmo 24, de David. Está
considerado como un salmo de súplica y confianza, que seguramente pertenece a
la época posterior al exilio.
Los versos del poema que utiliza
la liturgia dominical, nos hablan de los caminos del Señor y de los deseos que
tiene el orante de conocerlos y seguirlos, con el fin de convertirse y vivir
sabiamente según su voluntad:
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas;
Haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi
Dios y Salvador.
Es la plegaria de un israelita que se siente culpable por las faltas
cometidas en su vida pasada y por verse, además, acosado por sus enemigos.
Afligido por esta situación dolorosa, descubre que, sólo la confianza en Yahveh
puede salvarle y que, si Dios le enseña sus caminos y vive según su ley, se
verá liberado de caer otra vez en el pecado y podrá caminar, en justicia y
lealtad, con el que le ama y se considera su Dios:
Con todo, el orante, que, con tanta seguridad confía y espera en el
Señor, quiere utilizar todos los resortes a su alcance, para que, Yahveh, al
saberse amado y reconocido, se vea más obligado a socorrerle; por lo que pasa a
recordarle su modo de ser y de actuar tan propio de su divinidad y tan por
encima de su propia condición humana, limitada y pecadora:
Recuerda, Señor, que tu
ternura
y tu misericordia, son eternas;
acuérdate de mí con
misericordia,
por tu bondad, Señor.
Y, también descubre el orante, que Dios, por ser bueno y recto, ha de
obrar siempre con misericordia con los pecadores que se acogen a Él y buscan su
amor y perdón; ya que, son estos, precisamente, los que el Señor considera
humildes ( = los llamados “pobres de Yahvé”), por ser los que confían siempre
en Él, y los que, con deseo de agradarle, nunca se apartan del cumplimiento de
la ley, a pesar de las situaciones calamitosas, morales y materiales, que viven
tan a menudo.
El Señor es bueno y es
recto,
y enseña el camino a los
pecadores;
hace caminar a los humildes
con rectitud,
enseña su camino a los
humildes.
A los que, como el salmista, pedimos ahora: “Señor instrúyeme en tus
sendas, haz de camine con lealtad”, Jesús nos responde: “Yo soy el camino, la
verdad y la Vida ”.
Jesús es el Camino que abre el Reino y que nos va introduciendo en él hasta
conducirnos al Padre para que nos descubra su amor. Y, Jesús, es camino porque
es la Verdad ,
es la Palabra
encarnada, el mismo evangelio, que con su luz nos transforma hasta convertirnos
en criaturas nuevas, en hijos y herederos de Dios. Y, Jesús, es la Vida que lo hace todo nuevo y
va llenando la Historia
de gozo y felicidad, hasta que quede convertida la creación en cielo y gloria,
por toda la eternidad.
Si, pues, deseamos de verdad, caminar por las sendas del Señor con
lealtad, vivamos unidos a Jesús, que os dice: "Se ha cumplido el tiempo y se ha acercado el Reino de Dios: convertíos y creed".
Entonces, sigamos con fe y empeño a nuestro Guía y Salvador, el único que puede llenarnos del gozo y de la felicidad de Dios, ahora y en la eternidad
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