DOMINGO IV DE PASCUA - C
SOMOS SU PUEBLO
Y OVEJAS DE
SU REBAÑO
Por Mª Adelina
Climent Cortés O.P.
Jesús, EL RESUCITADO, se
nos presenta hoy como el BUEN PASTOR que, después de entregar su vida por amor
y para la salvación de todos los hombres, con la novedad y el
ímpetu de su Resurrección nos va conduciendo amorosamente, como ovejas
de su rebaño, hasta introducirnos, con Él, en la heredad de su Reino, donde,
felizmente, participaremos de la fiesta del Banquete Eterno, preparado para los
suyos en la mansión del Padre.
Y, nosotros, sumamente
agradecidos, ensalzamos y bendecimos a Jesús, nuestro BUEN PASTOR, con el salmo
99. Este canto “procesional”, es un himno de alabanza, de acción de gracias y
de bendición a Yahveh, el Dios siempre bueno, fiel y leal a La Alianza establecida con su
pueblo. Comenzamos, acogiendo con
entusiasmo la invitación alegre y jubilosa que hace el salmista en los primeros
versos:
Aclamad al Señor,
tierra entera,
servid al Señor
con alegría,
entrad en su
presencia con vítores.
Nos recuerda el salmista, que
somos del Señor, porque con amor nos creó; y que, le pertenecemos por encima de
todo, como cosa suya, como heredad propia, como ovejas de su rebaño, al que,
con tanta dedicación y delicadeza cuida y alimenta, mientras lo conduce hacia
“fuentes de aguas vivas”, hacia la vida plena, donde nos tiene preparadas
“verdes praderas” para nuestro descanso y felicidad eterna:
Sabed que el
Señor es Dios:
que él nos hizo y
somos suyos,
su pueblo y
ovejas de su rebaño.
Y, el salmista, no se cansa
de alabar y bendecir al Dios de La
Alianza , que siempre es bueno, fiel, y ama a los suyos, con el fin de darles
lo mejor, la abundancia de su vida y la alegría de su amor:
El Señor es
bueno,
su misericordia
es eterna,
su fidelidad por
todas las edades.
La imagen del Buen Pastor nos invita a
seguir a Cristo Jesús Resucitado, que, con tanta bondad y delicadeza nos lleva
hacia la meta definitiva: al Padre. Pero, eso sí, hay que seguirle, no de
cualquier manera, sino escuchando con atención su voz, su palabra y sabiendo
que, Él, nos conoce a cada uno hasta lo más hondo de nuestro ser, y que,
siempre nos ama con predilección. También desea que nos escuchemos los unos a
los otros y que vivamos unidos en comunión de vida y en auténtica fraternidad.
Pero, seguir a Jesús, hasta nuestra
resurrección plena, es vivir como Él vivió, con un amor servicial, entregado y
salvador; es hacer nuestra su palabra evangélica y darla a conocer, es
alimentarnos de su Cuerpo y Sangre, expresión de su amor entregado, y es, amar
a los hermanos, sobre todo a los más pobres, compartiendo lo que somos y
tenemos, edificando un mundo mejor para todos.
Y, esta unión con CRISTO
JESÚS, EL RESUCITADO, ha de llevarnos, por precisión, a la comunión con el
Padre, porque así nos lo dice Él:
“YO Y EL PADRE
SOMOS UNA MISMA COSA”.
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